U2 estuvo en Londres este fin de semana, tocando dos días en el Wembley Stadium. Ahora, soy consciente de que no todos los críticos de rock comparten mi entusiasmo por la banda (mi colega Michael Deacon otorgó al espectáculo sólo tres estrellas), pero yo fui asombrado una vez más. Los he visto desde el gimnasio de la escuela y a través de todo el camino hasta este último intento de transportar simultáneamente 88.000 personas a otra galaxia, en lo que parece ser una nave espacial hecha de casa. El espectáculo fue tan potente, emocionante y transformador como un gran espectáculo de rock puede ser. Los problemas de la noche de apertura en el Camp Nou de Barcelona fueron dejados de lado, y la banda ha ganado tanto en sentido de dinámica del espacio del escenario como un completo dominio del set de canciones. El segundo show, el sábado por la noche (cuando se superaron algunos de los problemas de sonido, mencionados por Michael el viernes, al parecer causados por el techo del Wembley Stadium parcialmente cerrado), fue fenomenal.
Desde la épica declaración de intenciones que es la apertura con “Breathe” al crudo y emocionalmente exhausto cierre con “Moment Of Surrender”, U2 acaba de tirar todo a su público: luces, música, Acthung (Baby). Algo parecido sucedió luego de alrededor de seis canciones, cuando una particularmente rica y emocional versión de “Until The End Of The World”, los dejó envueltos en sonrisas. El disfrute de la banda se refleja en el disfrute del público, que entonó “I Still Haven’t Found What I’m Looking For” como si estuvieran audicionando para un lugar en uno de los mayores coros gospel del mundo. El sonido fue amplio y abierto, las interpretaciones cortas y enfocadas, la sección rítmica estuvo ensordecedoramente conducida, Edge volando en su orquesta sonora de un hombre, y Bono cantando alto y duro, totalmente perdido en la música. Los puntos destacados fueron para mí la desnuda y altamente reverberante “Stay (Faraway, So Close!)” con Bono y Edge tocando como músicos callejeros en una desierta estación espacial; el futuro karaoke de “Unknown Caller” cuando las canciones de aislamiento interior son rotas por el contrapunto de un enorme coro del público; el compacto y emotivamente energético punky de “Vertigo” (uno de las más emocionantes canciones de rock de los últimos diez años); una áspera y hermosa “One” (con Bono descaradamente improvisando, ‘¿Has venido a aquí para jugar a Jesús? ¡Porque yo lo hice!’); una apremiante e intensa “Bad” seguida del himnario ‘40’, desvaneciéndose en el canto multitudinario ‘How long, to sing this song?’ (como en los viejos tiempos); una frágil y oscilante “Ultraviolet” (con Bono balanceándose como un mono desquiciado colgando del micrófono) y una siniestra al estilo Scott Walker “With Or Without You”.
Puede sorprender algo saber que nunca he sido particularmente un gran fan de U2 en el modo de himno épico, pero canciones como “Pride”, “City Of Blinding Lights” y “Where The Streets Have No Name” demuestran su valor en un estadio, con puños y voces en lo alto, y espectaculares luces y rápidos cortes de vídeos deslumbrando y desorientándote. A veces, la gigante Garra (como es oficialmente conocida) parecía estar intentando contactarse con una inteligencia alienígena, radiando enormes reflectores en el cielo nocturno. Miré durante “With Or Without You”, y las sombras formadas por las nubes tomaron la forma de nuevas lunas y planetas desconocidos. Y entonces las luces se apagaron para “Moment Of Surrender” y el público se encargó de iluminar con una vía láctea de teléfonos móviles. Siempre supe que U2 sería la primera banda en el espacio.
Más tarde, estuve hablando con Noel Gallagher (que es posiblemente la superestrella de rock más ajustada a la realidad, realmente remarcable teniendo en cuenta la jactante arrogancia de su banda) quien describió al espectáculo como sorprendente pero admitió no tener nada con que compararlo, “porque U2 es la única banda que he visto en un estadio.” Bueno, yo he visto muchas, y es interesante cómo diferentes bandas abordan el objetivo de tocar para este tamaño de público. No todos pueden llevarlo a cabo, y donde una estrella falla en enamorar a un estadio, el efecto puede ser frío y aburrido. He visto a David Bowie luchar en el Wembley favoreciendo al material nuevo y haciendo rutinas extrañas de baile sobre los hits (durante su terrible fase “Glass Spider”) y a Madonna vacilar el humor por confiar demasiado en el espectáculo y la falsa controversia en vez de confiar en su música (en su reciente gira ‘Sticky And Sweet’). Solo en el pasado verano, he visto a Take That, Bruce Springsteen, Blur y Oasis.
La última gira de Take That es como un final de un show de muelle cruzado con el espectáculo tecnológico de U2. Con su enorme elefante y presentador, es posiblemente el show visual más audaz que actualmente pueda ser visto, mientras que el carácter de la banda y el gran catálogo de canciones pop queridas lo mantienen íntimo y acogedor. Lo que no obtienes en ningún show pop de esta clase (que es el propósito central de los shows de rock de U2) es la sensación de ser transportado fuera de ti mismo, llevado por el efecto combinado de luces, música y un líder chamán en un estado alterado de éxtasis, exultación y unidad con sus compañeros juerguistas.
Springsteen lo hace, y, sobre todo, lo hace sin efectos especiales. Lo que tiene es una banda de realmente fantásticos músicos, capaces de tomar la música a través de diferentes maneras, un cuerpo enorme de canciones que de alguna manera doblan ideas líricas significativas y emociones en fáciles paquetes para cantar a coro, y a su propia pasión y carisma. Springsteen trabaja muy duro en el escenario, da mucho de sí mismo, parece grosero no responderle, y entonces de algún modo puede atraer incluso una mayor audiencia y hacer al mayor espacio íntimo.
Vi a Blur en el Hyde Park y no creo que hayan trabajado en ese espacio (una opinión que parece divertir al Sr. Gallagher). Creo que sus canciones son demasiado complejas, que requieren más color y dinámica que la banda parece ser capaz de brindar por si misma, y Damon Albarn no tiene la calidez o la teatralidad para comulgar con un enorme público. Oasis, por otro lado, quienes presumen de un poco de la aventura musical y complejidad de Blur, son imbatibles en un estadio británico. Son casi el polo opuesto de U2 y Springsteen. La iluminación y el video son básicos. La banda solo esta allí y no parecen estar haciendo un gran esfuerzo en absoluto. Sus interpretaciones son rudimentarias. Pero tienen las canciones que la gente quiere cantar, un líder con un carisma innato y una voz convincente.
U2, por el contrario, tira todo a su audiencia. Son como todas las bandas mencionadas anteriormente envueltas en una. Ellos tienen la tecnología, tienen el carisma, y tienen las canciones. U2 han estado impulsando el uso de luces, video y diseño escenográfico desde el atrevido e innovador ZooTV Tour en 1992. Mediante la realización del nuevo show de 360 grados en el campo del estadio pueden vender más tickets (esta fue la mayor audiencia histórica en Wembley) y crear una mayor proximidad a las personas en todos los rincones del vasto espacio. Al menos ese es el plan. La realidad es que, si tienes asientos en las partes más lejanas del estadio, los integrantes de la banda siempre van a ser puntos diminutos en un distante escenario y estarás pagando efectivamente por una gigantesca transmisión televisiva. Pero Bono, tal como Springsteen, tiene un alma lo suficientemente grande para todos. Se entrega completamente, y su público, agitado por el espectáculo, deslumbrado por las luces, e impulsado por interpretaciones conmovedoras de canciones hechas para la escala del show, le devuelven la entrega. Un show de U2 es un gran amor, con sólo unas pocas resistentes críticas de criticones, garabateadas en sus notebooks y rehusando rendirse.
“Fue una noche muy especial,” dijo Bono luego del show. Edge fue típicamente más modesto. “Pienso que fue uno bueno,” dijo. “El set se movió en un buen ritmo. Las canciones terminaron abruptamente y entonces nos metimos en la próxima, lo que parece que funcionó.”
Este set de U2 (que varía algo noche tras noche) parece muy vigoroso, un fuerte golpe, de rápido movimiento, un set de rock épico que no deja espacio para la pérdida de atención. El más tranquilo y apagado lado de la banda (que en realidad es el lado que más adoro en los discos) es mantenido al mínimo (tocan siete canciones del nuevo disco, pero dejan de lado a la triste “White As Snow” y a “Cedars Of Lebanon”). No hay tanta declaración politiquera como en la pasada gira (que hace más efectivo el apoyo a Aung San Suu Kyi durante la conmovedora “Walk On”), y los interludios de monólogos son mínimos (el enlace con la Estación Espacial Internacional de la primera noche parece haber sido eliminado de la mayoría de los shows porque aletargaba las cosas).
Bono reveló que él lleva una estructura de dos actos en su mente que guía su actuación. La primera mitad del show cuenta con “las canciones más personales” (que generalmente son “Breathe”, “No Line On The Horizon”, “Get On Your Boots”, “Magnificent”, “Beautiful Day”, “New Year’s Day”, “I Still Haven’t Found What I’m Looking For”, “Unknown Caller”, “Unforgettable Fire”, “City Of Blinding Lights” y “Vertigo”, más algún cambio en la selección de clásicos), en la que Bono se contempla a sí mismo como un hombre joven, luchando por encontrar su lugar en la vida y en busca de algún tipo de epifanía personal. El punto de inflexión del set es la versión tecno remix de la canción “I’ll Go Crazy If I Don’t Go Crazy Tonight”, con la “Garra” iluminada en efecto acid house transformando al estadio en un entramado por la bola de espejos. Dado que la audiencia no esta especialmente familiarizada con la canción (mucho menos con un baile remix), es en realidad un intento de crear un momento de desorientación y disconformismo, que termina con Bono sobre sus rodillas, cantando en repetidas ocasiones el estribillo “It’s not a hill, it’s a mountain”. Si estoy en lo correcto (fue a las 3am cuando estuvimos conversando, y muchas “margaritas” habían sido consumidas) desde ese momento su protagonismo ha salido de sí mismo, y el segundo acto comienza moviéndose de lo personal a lo político, luchando con los problemas a través del mundo con una serie de canciones que incluyen “Sunday Bloody Sunday” (reasignada para hacer mención a las protestas en Irán), “Pride”, “Walk On” y “Where The Streets Have No Name”. Hay entonces un cierre (no un tercer acto), que presenta al U2 más crudo y vulnerable, desnudo hasta el hueso metafóricamente, cuando todos hemos estado exhaustos por el flujo de emoción colectiva y listos para bajar a la sucia verdad. Esto es un altamente efectivo contra-intuitivo descenso de ritmo de la trilogía del bis desde el punto débil del amor, con “Ultraviolet”, “With Or Without You” y “Moment Of Surrender”.
Así que ahora lo sabes. Pero si tiene sentido para alguien más o no ciertamente no es el punto (esto es realmente una herramienta de actuación). Los conciertos en estadios no tienen que ver con placeres delicados. Raramente es sobre el subtexto. Se trata de grandes ideas y de amplias emociones, y de adaptar a la banda con sonidos épicos y coros masivos. Esta hecho para ser oído y sentido por decenas de miles, y unirlos en un momento de masiva fraternidad. Cada fan trae algo de sí mismo a la música, y se embarca en su propio viaje personal pero (en una buena noche, con una banda que realmente amamos, y canciones que ciertamente significan algo para nosotros) podemos ser sacados de nosotros mismos, así de repente nos encontramos unidos a una masa de humanidad, cantando juntos, todos el mismo himno, incluso si el himno es una canción pop, y el estribillo nos recuerda “we are one, but we’re not the same” [“somos uno, pero no somos lo mismo”]. U2 continúa siendo los maestros de la dinámica de estadios. A veces, el tamaño realmente importa.