Un viacrucis llamado U2
Un verdadero fanático puede soportar cientos de cosas con tal de ver en vivo a la banda irlandesa
Un verdadero fanático de U2 puede soportar cientos de cosas con tal de ver a la pandilla irlandesa tocando dos horas frente a sus ojos.
El viacrucis inicia desde que comienzan los rumores de que la banda viene a México y escuchas comentarios, tu correo electrónico se satura con "chismes" y "fechas confirmadas", y una voz en tu interior te dice: "¡Ay nanita!, ¿será cierto?".
Por fin se anuncia que la banda se presenta en México luego de ocho largos años de ausencia --auspiciados por los hijos de Ernesto Zedillo--, y ahora viene la preocupación de que si podrás encontrar buenos lugares. La conocida reputación de Ticketmaster cuando vende boletos de grandes eventos es bien conocida y ni por teléfono, internet y, mucho menos, las taquillas esparcidas por todo el país, son suficientes para darse abasto ante la gran demanda de boletos.
Posteriormente hay que ponerse de acuerdo con tus hermanos y/o tus amigos para ver cómo adquirir los boletos. Las opciones "fáciles" (internet o teléfono) son muy inseguras y sólo de "chiripa" se pueden encontrar lugares. Otra opción es buscar algún "conocido" o contacto para que te hagan el "favorcito" y los compren con sus influencias o sus altos cargos, aunque la mayoría de los mexicanos no conocemos a una buena "palanca" para poder recurrir a ella. La tercera, y última opción, es ir a formarse a las taquillas una o dos noches antes de que comience la venta de boletos.
Después viene la interrogante de los lugares y los precios. Cualquier ser racional podría imaginar que los más caros pertenecen a los de mejor lugar y sin pensarlo se van con "la finta" y los adquieren, sólo para luego enterarse que los de nivel de cancha (tres veces menos el valor del más caro) son los que podrán observar de cerca las arrugas de Bono o los zapatos de marca de Adam Clayton. Aquí viene el primer fraude y ni modo de regresar los boletos.
La gente que compra boletos de cancha sabe que habrá que pelear por el mejor lugar, así que decide irse a formar dos o tres días antes del espectáculo y soportar las inclemencias del clima, la mala alimentación, la falta de comodidad y todo lo que ello conlleva cuando "acampas".
Finalmente viene el concierto. Los que están hasta adelante, en la cancha, solamente ven a Bono y compañía de cerquita, y prácticamente se pierden los juegos de luces robóticas, los embates de las pantallas y cosas que se ven mejor "de lejos". Los que están en las tribunas disfrutan el espectáculo a pesar de no ver a la banda de cerca. Y los que están en la parte más alta batallan con adivinar qué están tocando, ya que el sonido en el Coloso de Santa Úrsula dejó mucho que desear y es más fácil entender lo que canta el público que lo que sale de las bocinas.
El concierto termina, la gente se escabulle por las rampas y los túneles y, para rematar, habrá que caminar entre el gentío y soportar empujones y pisotones. En la mente se agolpa ese verso de Nicolás Guillén: "¿Cómo puede usted ser indiferente / a ese gran río de huesos, / a ese gran río de sueños, / a ese gran río de sangre?".
Asumo que Bono y su pandilla se fueron contentos con la entrega del público mexicano. Seguramente celebraron con la familia Camil (y con la gente que tiene los suficientes ranchos, helicópteros en el estacionamiento o casas en las playas para poder ser "amigo" de Bono Vox) y y tomaron champaña por haber rendido a 80 mil personas a sus pies.
En cambio, la gente común y corriente, los mortales, regresamos a la realidad, que de inmediato se hace presente en el estacionamiento y en las calles aledañas del Azteca para formar hileras interminables de autos en busca de la salida. Para que no nos desacostumbremos del incesante tráfico citadino así sea la media noche.
Y a pesar de todo eso, los fanáticos de U2 nunca podrán olvidar este concierto, que tenía todo lo necesario para disfrutarse. Desde el bombardeo de imágenes de las pantallas gigantes, hasta las recurrentes expresiones de Bono sobre nuestro país y sus reiteradas disculpas. Y poder olvidar la eterna espera de estos cuatro tipos que con sus canciones logran conmoverte, hasta las lágrimas, cuando escuchas algún coro de One o se te enchine la piel con la entrada de Where the streets have no name.
Ocho años pasaron desde el Pop Mart Tour y la gente tan sólo quería ver y escuchar al grupo con el que creció, con el que se enamoró y con el que lloró aunque fuera desde el techo del Coloso de Santa Úrsula o desde el estacionamiento o tras las rejas que dividen las tribunas con la cancha. Los verdaderos fanáticos pasan por alto todo esto, porque han hecho de la música de U2 el soundtrack original de la película de su vida.
Un verdadero fanático de U2 puede soportar cientos de cosas con tal de ver a la pandilla irlandesa tocando dos horas frente a sus ojos.
El viacrucis inicia desde que comienzan los rumores de que la banda viene a México y escuchas comentarios, tu correo electrónico se satura con "chismes" y "fechas confirmadas", y una voz en tu interior te dice: "¡Ay nanita!, ¿será cierto?".
Por fin se anuncia que la banda se presenta en México luego de ocho largos años de ausencia --auspiciados por los hijos de Ernesto Zedillo--, y ahora viene la preocupación de que si podrás encontrar buenos lugares. La conocida reputación de Ticketmaster cuando vende boletos de grandes eventos es bien conocida y ni por teléfono, internet y, mucho menos, las taquillas esparcidas por todo el país, son suficientes para darse abasto ante la gran demanda de boletos.
Posteriormente hay que ponerse de acuerdo con tus hermanos y/o tus amigos para ver cómo adquirir los boletos. Las opciones "fáciles" (internet o teléfono) son muy inseguras y sólo de "chiripa" se pueden encontrar lugares. Otra opción es buscar algún "conocido" o contacto para que te hagan el "favorcito" y los compren con sus influencias o sus altos cargos, aunque la mayoría de los mexicanos no conocemos a una buena "palanca" para poder recurrir a ella. La tercera, y última opción, es ir a formarse a las taquillas una o dos noches antes de que comience la venta de boletos.
Después viene la interrogante de los lugares y los precios. Cualquier ser racional podría imaginar que los más caros pertenecen a los de mejor lugar y sin pensarlo se van con "la finta" y los adquieren, sólo para luego enterarse que los de nivel de cancha (tres veces menos el valor del más caro) son los que podrán observar de cerca las arrugas de Bono o los zapatos de marca de Adam Clayton. Aquí viene el primer fraude y ni modo de regresar los boletos.
La gente que compra boletos de cancha sabe que habrá que pelear por el mejor lugar, así que decide irse a formar dos o tres días antes del espectáculo y soportar las inclemencias del clima, la mala alimentación, la falta de comodidad y todo lo que ello conlleva cuando "acampas".
Finalmente viene el concierto. Los que están hasta adelante, en la cancha, solamente ven a Bono y compañía de cerquita, y prácticamente se pierden los juegos de luces robóticas, los embates de las pantallas y cosas que se ven mejor "de lejos". Los que están en las tribunas disfrutan el espectáculo a pesar de no ver a la banda de cerca. Y los que están en la parte más alta batallan con adivinar qué están tocando, ya que el sonido en el Coloso de Santa Úrsula dejó mucho que desear y es más fácil entender lo que canta el público que lo que sale de las bocinas.
El concierto termina, la gente se escabulle por las rampas y los túneles y, para rematar, habrá que caminar entre el gentío y soportar empujones y pisotones. En la mente se agolpa ese verso de Nicolás Guillén: "¿Cómo puede usted ser indiferente / a ese gran río de huesos, / a ese gran río de sueños, / a ese gran río de sangre?".
Asumo que Bono y su pandilla se fueron contentos con la entrega del público mexicano. Seguramente celebraron con la familia Camil (y con la gente que tiene los suficientes ranchos, helicópteros en el estacionamiento o casas en las playas para poder ser "amigo" de Bono Vox) y y tomaron champaña por haber rendido a 80 mil personas a sus pies.
En cambio, la gente común y corriente, los mortales, regresamos a la realidad, que de inmediato se hace presente en el estacionamiento y en las calles aledañas del Azteca para formar hileras interminables de autos en busca de la salida. Para que no nos desacostumbremos del incesante tráfico citadino así sea la media noche.
Y a pesar de todo eso, los fanáticos de U2 nunca podrán olvidar este concierto, que tenía todo lo necesario para disfrutarse. Desde el bombardeo de imágenes de las pantallas gigantes, hasta las recurrentes expresiones de Bono sobre nuestro país y sus reiteradas disculpas. Y poder olvidar la eterna espera de estos cuatro tipos que con sus canciones logran conmoverte, hasta las lágrimas, cuando escuchas algún coro de One o se te enchine la piel con la entrada de Where the streets have no name.
Ocho años pasaron desde el Pop Mart Tour y la gente tan sólo quería ver y escuchar al grupo con el que creció, con el que se enamoró y con el que lloró aunque fuera desde el techo del Coloso de Santa Úrsula o desde el estacionamiento o tras las rejas que dividen las tribunas con la cancha. Los verdaderos fanáticos pasan por alto todo esto, porque han hecho de la música de U2 el soundtrack original de la película de su vida.
Fuente: El Universal Online