El grupo regala a través de iTunes su nuevo álbum Songs of Innocence, el primero desde 2009
Hace unos años, un melómano distanciado del rock me preguntó a qué sonaba el entonces recién publicado álbum de U2, No Line on The Horizon (2009). Me pedía referencias que él, observador lejano de la música popular, pudiera entender. Estuve a punto de contestar que sonaba a banda con más oficio que inspiración pero escapé por la vía obvia: “suena a… rock de estadio”.
Es decir, rock apto para enardecer multitudes, capaz de ambientar y justificar cualquier gran montaje escénico. Recordaba el poso que quedaba tras varias escuchas: si tomabas cada canción por separado, podía rastrear detalles atractivos, ocurrencias ingeniosas, ecos de pasadas grandezas. En general, sin embargo, donde antes ardían hogueras, todo lo más que hallabas eran chispas.
No pertenezco al ejército de detractores de Bono, a esa masa airada que encuentra insoportables disonancias entre los ideales y la praxis del grupo entero. Por el contrario, comprendía que, conscientemente, estaban pactando con el diablo y podían quemarse. Aparte, agradecía que convirtieran la última década del siglo pasado en una montaña rusa de reinvenciones y piruetas. Inevitablemente, varias veces se estrellaron, pero eso formaba parte del trato: “vamos a ponernos en riesgo, para que se nos quite la tontería”.
Entrado ya el presente milenio, supongo que decidieron que se acabaron los guiños y complicidades. Su música perdió tensión, nitidez, peso específico. El Nuevo Juego se concretaba en dígitos que representaban dólares, libras, euros. Ninguna broma: más que nunca, urgía demostrar de forma inapelable qué artista o grupo era la máxima atracción en directo, cómo sacar el mejor partido a las propuestas de patrocinios, quién ocupaba el podio.
Ahora, U2 no tiene a su Maquiavelo, el manager Paul McGuinness, que ejercía de sherpa en sus escaladas más audaces. Pero mantienen la predisposición para negociar a calzón quitado con los poderosos del planeta, políticos o económicos. Una cantidad con muchos ceros ha cambiado de propietario, a cambio de que 500 millones de usuarios de iTunes (más los que ahora se apunten) reciban las once canciones de Songs of Innocence, una exclusiva suya hasta el 14 de octubre, que llegara a todas las tiendas, con temas extra.
Aparte de esa cifra que se mantiene secreta, ¿qué esperan ganar U2 y su compañía, Universal? Posiblemente, que el regalo conquiste nuevos seguidores y que ellos arrastren a los anteriores doce discos de estudio. Más aún que otros artistas, U2 ha sufrido un preocupante descenso en las ventas. Según la contabilidad de Nielsen SoundScan, en Estados Unidos se despacharon 4.4 millones de copias de All That You Can’t Leave Behind (2000). El siguiente, How to Dismantle an Atomic Bomb (2004) se quedó en 3.3 millones. Para No Line on The Horizon (2009) costó superar el millón de ejemplares.
Eso también explica las agonías que han rodeado la elaboración de Songs of Innocence. A priori, la temática suena seductora: la evocación del impacto de ver a los Ramones, el pellizco del primer amor, la violencia terrorista en Dublín, la militancia en el ejército de guitarras de The Clash, “California” filtrada por los Beach Boys, la muerte de la madre de Bono, las calles de niñez y adolescencia.
Y estoy dispuesto a creer que, de partida, había sentimientos genuinos y que algún resto de verdad late bajo esas canciones lustrosas. Te electrizas cuando The Edge recrea su arquitectura de guitarra en “Iris (Hold Me Close)”. Recibes con esperanza el bajo obsesivo de Adam Clayton que abre “Volcano”. Aprecias que Bono recupere algo de su convicción como vocalista. Pero la expresión de las emociones resulta más genérica que poética; cuando hablan de sus primeros encuentros con el punk rock, recurren a ese glam retumbante que sibilinamente se ha colado en el estilismo de actualidad.
Lo que finalmente revela Songs of Innocence es que ha sido cocinado hasta tal punto que apenas tiene color, olor o sabor. Más que un error de elaboración, se trata de una precaución; fichan a un productor puntero, Danger Mouse, y luego convocan a los chicos dorados, para que derramen sus polvos mágicos. Es decir, Paul Epworth o Ryan Tedder, que han ayudado a facturar éxitos para Adele, Beyoncé, Taylor Swift e incluso para la competencia: Coldplay.
Y todavía hay un par de productores más, pero no quisiera abrumar al lector: estamos ante una banda de rock trabajando con criterios de pop, sumando los ganchos —coros, sintetizadores, efectos— que facilitan el acceso a las radios, al hilo musical para las tiendas de franquicia, al sonido-del-momento. Aerodinámico, destellante, funcional, calculado para motivar a los espectadores: una palanca para que retornen a ver a los gladiadores en la arena, así que ojito con los experimentos y rupturas. Se deslizan las baladas e inmediatamente visualizas los mecheros (perdón, los móviles) agitándose sobre los comulgantes.
Ah, sí: que regalan el disco. Por lo que se intuye, el precio del regalo ha sido computado en la columna de gastos de marketing de Apple. Así, batirán cualquier récord sobre la difusión de un lanzamiento: quedarán como una minucia los millones de copias de Planet Earth que Prince distribuyó con periódicos europeos. Las Songs of Innocence son cualquier cosa excepto inocentes: serán analizadas en las páginas asalmonadas de la prensa económica. El Wall Street Journal informa que el primer single del álbum, “The Miracle (of Johnny Ramone)”, será un elemento central en el lanzamiento de los nuevos iPhones y el Apple Watch, una campaña de alcance global que durará un mes y cuenta con una inversión publicitaria de 100 millones de dólares (77 millones de euros).
Con su habitual facundia, Bono aprovechó para anunciar que, después de Songs of Innocence, debería salir un Songs of Experience. Dado el tortuoso ritmo de trabajo de U2, conviene tomarlo, de momento, como un saludo al visionario William Blake, cuyas Songs of Innocence and Experience ya están en el dominio público.
Si me preguntaran a qué suena el actual Songs of Innocence, nuevamente tendría problemas para describirlo. Pero no importa. En 2009, coincidí en el AVE Barcelona-Madrid con docenas de fans que habían acudido al inicio del 360º Tour en el Nou Camp, perfectamente reconocibles por las abundantes prendas de merchandising. Excitados, un punto agresivos (apenas detecté chicas), comentaban el espectáculo con breves frases contundentes; no escuché una sola palabra sobre la música.
Fuente: Diego E. Manrique para ElPais.com