U2 fue a Berlín en búsqueda de historia. En su ausencia, encontraron una nueva forma de seguir adelante
Dusting ‘Em Off es una sección que repasa discos clásicos, películas o momentos históricos de la cultura pop. Esta semana, Collin Brennan repasa el histórico viaje de U2 a Berlín y lo que la banda aprendió allí.
Cuando U2 arribó a Berlín el 3 de octubre de 1990, eran una banda comprometida en una búsqueda de historia muy autoconsciente. Su avión tocó tierra a horas de la reunificación de Alemania, un proceso que había comenzado cerca de un año antes con la caída del Muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989. Las agotadas energías de la Guerra Fría y la ocupación soviética de la República Democrática Alemana, que había incluido a la económicamente debilitada mitad oriental de Berlín, estaban quedando a un lado, y las energías nuevas estaban surgiendo para tomar su lugar.
Es fácil imaginar por qué tal momento histórico podría haber sido atractivo para una banda como U2, con la única calificación que nunca ha habido una banda como U2. El cuarteto se había vuelto muy seguro de sí mismo al punto de auto engañarse luego del enorme éxito de The Joshua Tree de 1987, una obra maestra que tomó los amplios y vastos espacios de América como su temática principal. Críticos como Robert Hilburn de Los Angeles Times los proclamó como “la banda de rock and roll más grande del mundo”, otorgándoles, finalmente, el estatus que habían soñado (y sentían que merecían) desde el día uno.
Pero el U2 que vino a Berlín en búsqueda de historia no eran las megaestrellas intocables que había parecido ser solo unos años antes. El orgullo viene antes de la caída, y la opinión inflada de ellos mismos había finalizado rota con el lanzamiento del grotesco y ostentoso “rockumental” Rattle And Hum de 1988. Los críticos y fans por igual retrocedieron ante un grupo que actuaba como si fueran más grandes que Dios y un líder, Bono, cuya sinceridad de corazón estaba comenzando a nublarse con su propio ego sobrealimentado. “Es realmente difícil llevar todo el peso del mundo en tus hombros,” bromeó mientras aceptaba el Grammy por The Joshua Tree, aunque ya no sonaba tanto como una broma.
Y así fue que U2, se enfrentó a una reputación dañada y a un público cada vez más cansado de su auto erótica creación del mito, decidió finalizar un capítulo de su carrera y comenzar otro. Pero la historia de Achtung Baby no es una historia de una banda humilde y triste retirándose a Europa con la cola entre las patas. Por el contrario, Bono, Edge, Adam Clayton y Larry Mullen Jr estaban buscando algo de esa misma magia que alguna vez habían encontrado en el desierto de América, desesperados de reclamar su estatus de banda de rock más importante del mundo, pero muy conscientes de que las reglas del rock habían cambiado en los tres años desde la salida de The Joshua Tree.
Para 1990, los gustos musicales estaban cambiando del rock de grandes masas en estadios de The Joshua Tree, estableciéndose más cerca de las alternativas del mainstream. La cultura juvenil había dado a luz a la escena rave y sus grupos electrónicos acompañantes, mientras bandas industriales como KMFDM y Nine Inch Nails se deleitaban en una visión oscura y más caótica del mundo. Aunque el debut sísmico de Nirvana, Nevermind, no saldría hasta septiembre de 1991, el grunge ya había emergido como una fuerza natural viable para el momento en el que U2 arribó a Berlín, y fue una fuerza diametralmente opuesta a su propia marca exagerada y de auto-mitificación de la música de rock.
U2 sabía que su opción era cambiar o morir, y como lo último era impensable, optaron por lo anterior. Pero el hecho de que estableciera a Berlín como el lugar de su renacimiento solo probó que la arrogancia aún era una fuerza influyente en sus decisiones colectivas. En Berlín, la banda vio a una ciudad, una vez fracturada, en el medio de un cambio profundo, un lugar donde la historia podía sentirse y observarse como casi una fuerza física.
Por más de 40 años, Alemania y su capital habían sido divididas en dos, victimizadas por su propio pasado violento, atrapadas entre dos superpotencias mundiales, e impedidas de moverse más allá de las repercusiones de la Segunda Guerra Mundial. Todo esto cambió de repente en el otoño de 1989, cuando el muro que dividía la ciudad cayó y la democracia liberal occidental, finalmente y decisivamente, triunfó sobre el comunismo marxista-leninista. Una nueva era estaba tomando forma en Berlín, y U2 quiso ser parte de eso.
Se necesita cierto tipo de audacia no solo para ubicarse uno mismo en el centro de la historia, sino que para esperar que la narrativa se pliegue en una especie de forma predecible y lineal. La audacia siempre ha sido una de las fortalezas de U2, es lo que hizo a The Joshua Tree tan genial, pero estuvieron en un duro renacer cuando aterrizaron en Berlín y encontraron a una ciudad confundida, letárgica y emocionalmente ambivalente en vez de la belleza cinética que habían previsto. Otra razón por la que se establecieron en Berlín fue la presencia de Hansa Tonstudio, donde David Bowie había grabado parte de su famosa “Trilogía de Berlín” de discos a la sombra del Muro. Pero la presencia fantasmal de Bowie hacía rato que se había disipado, y U2 falló nuevamente para encontrar la magia que tan desesperadamente estaban buscando.
Esta es quizá la verdadera historia de Achtung Baby, el mejor disco de U2 por amplio margen y el primero en el que realmente empiezan a dudar en grandes narrativas, tanto propias como de la historia misma. The Joshua Tree pintó un retrato cinemático de América que fusionó la política y los paisajes del país, y largamente, e impensadamente, triunfó por sus propios términos. Achtung Baby, por el contrario, capturó el espíritu de la novedosamente libre y caótica Berlín, pero eventualmente contó una historia dispersa, aleatoria y más interesante en la cual ellos, no la historia, son los protagonistas.
Lo que no quiere decir que la presencia de Berlín no se pueda sentir en Achtung Baby o que la ciudad tenga un efecto insignificante en la forma eventual del disco. El primer tema, “Zoo Station”, lleva ese título por la parada del subterráneo y antigua estación de transferencia donde en la época del Muro se podía tomar un tren de Berlín Occidental a Berlín del Este. La banda la debió haber pensado como una metáfora adecuada para la canción en sí misma, que introduce al nuevo U2 con un riff de guitarra tonificante y distorsionado y una batería industrial que juntos forman el momento más abrasivo en todo el catálogo de la banda. Esto fue la manera autoconsciente de U2 de llamar a su propia “transferencia”, por así decirlo, moviéndose no tanto del Este al Oeste sino que desde un pasado brillante y serio a un futuro oscuro, peligroso e incluso sexy.
“Zoo Station” y otros notables temas como “The Fly” y “Ultraviolet (Light My Way)” mostraron a una banda dispuesta a hacer agujeros en su propia imagen grandiosa, aun sin sacrificar el rock and roll que los hizo tan atractivos en primer lugar. Estar en Berlín, y con la ciudad tan corta de sus ideas preconcebidas, alimentaron la extraña mezcla de ironía y sinceridad que se volvería la calidad definitoria del disco. En vez de tratar de llenar la vasta expansión del desierto de California con su música, encogieron las canciones para encajar dentro de un mundo nuevo definido por el cinismo y la inseguridad acerca del futuro. Una canción como “One” aparentemente suena como si encajara en alguna parte de The Joshua Tree, pero su letra crea un escepticismo hacia las relaciones y presenta el concepto de la unidad como un sueño que quedó sin cumplirse.
Después de un período irregular e insatisfactorio plagado por luchas internas, “One” terminó siendo el impulso exitoso que U2 necesitaba para completar el resto de Achtung Baby. La grabaron junto a la funk y mayormente conducida por el bajo, “Mysterious Ways”, y luego dejaron Berlín para finalizar la grabación en Dublín. Fue una decisión tomada, al menos en cierto modo, en la derrota. Clayton básicamente lo admite en el documental del 2011 de Davis Guggenheim, From The Sky Down, en donde reflexiona sobre las lecciones obtenidas en la búsqueda de la banda de historia. “Fue algo que tuvimos que pasar para entender que lo que estábamos tratando de conseguir no era algo que podías encontrar físicamente, fuera de nosotros, en alguna otra ciudad,” dice. “No había magia… realmente teníamos que poner el trabajo y resolver las ideas y perfeccionar esas ideas.”
Achtung Baby cumple 25 años este mes, lo que significa que fue lanzado inmediatamente después de Nevermind, por lo tanto, en el medio de un cambio radical en la música de rock. Pocas personas pensaban que U2 tenía algo relevante en ellos después del desastre de Rattle And Hum, y la banda probablemente albergó algo de sus propias dudas. Irónicamente, fueron esas dudas en ellos mismos las que se arrastraron a la grabación de Achtung Baby e hicieron al disco una escucha tan emocionante y discordante, un completo cambio de cara para una banda que se había convertido en una pandilla de sádicos serios solo unos años antes.
En los años transcurridos desde su lanzamiento, la mitología de Achtung Baby ha cambiado y ampliado para ajustarse a un tipo de narrativa más simple. Esto es inevitable con discos clásicos y casi clásicos, algo que parece más fácil de entender y categorizar cuanto más se deslizan en el pasado. Achtung Baby es ahora ampliamente entendido como el disco “Berlín” de U2, más en la forma de la trilogía de Bowie que lleva un inconfundible olor a la capital alemana.
Pero la verdad es que U2 no podía hacer un disco de Berlín, después de todo. Ciertamente, no podía hacer historia. Solo podían hacer un disco de U2. Achtung Baby es el resultado de una especie de magia, pero no de la magia del lugar o de la proximidad. Es la magia de una banda entendiendo su libertad y sus limitaciones, la magia de una banda que abarca el fracaso tanto como el camino más seguro al éxito.
Fuente: ConsequenceOfSound.net