Bono honra al hombre que no podía llorar

Humor, humildad y la capacidad de compromiso eran las características del hombre

Como activista prácticamente he estado haciendo lo que Nelson Mandela me dijo desde que era adolescente. Ha sido una contundente presencia en mi vida desde 1979, cuando U2 hizo su primer esfuerzo anti-apartheid. Y ha sido una gran parte de la conciencia de los irlandeses, incluso más que eso. Los irlandeses relacionaban todo con demasiada facilidad a la subyugación de las mayorías étnicas. Desde nuestro punto de vista, la cuestión de cuánta sangre le costaría a Sudáfrica realizar el largo camino a la libertad no era abstracto.

A lo largo de los años nos hicimos amigos. Yo, como todos los demás, estaba fascinado por su hábil maniobra como líder de Sudáfrica. Sus nombramientos en el gabinete de Trevor Manuel y Kadar Asmal fueron intuitivos y valientes. Su asociación con el vecino de Soweto, Desmond Tutu, me dio una alegría incalculable. Este doble acto, y luego un triple acto que incluyó a la esposa de Mandela, la audaz y hermosa Graca Machel, tuvo el éxito de la lucha contra el apartheid en Sudáfrica y se amplió el alcance incluyendo la batalla contra el SIDA y los grandes objetivos por la dignidad para las personas más pobres en el planeta.

Mandela vio a la extrema pobreza como una manifestación de la misma lucha. "Millones de personas… están atrapadas en la prisión de la pobreza. Es el momento de ponerlos en libertad," dijo en 2005. "Como la esclavitud el apartheid, la pobreza no es natural. Es fabricada por el hombre y puede ser vencida… Algunas veces le corresponde a una generación ser grandiosa. Tú puedes ser esa gran generación." Ciertamente Mandela resultó ser el grandioso. Su papel en el movimiento contra la extrema pobreza fue crítico. Trabajó por una profunda cancelación de la deuda, por una duplicación de la asistencia internacional a través del África subsahariana, por el comercio, por la inversión privada y por la transparencia contra la corrupción. ¿Sin su liderazgo, el mundo hubiera incrementado en la última década el número de personas con medicación para el SIDA a 9.7 millones y decrecido las muertes infantiles a 2.7 millones al año? ¿Sin Mandela, África hubiera experimentado la mejor década de crecimiento y reducción de pobreza? Su participación indispensable no puede ser probada con matemáticas y mediciones, pero yo se lo que creo…

Mandela será recordado como un hombre notable solo por lo que pasó, y por lo que no pasó, en la transición de Sudáfrica. Pero más que nadie, fue el que reinició la idea de un continente africano en caos a una mirada mucho más romántica, una en consonancia con la majestuosidad del paisaje y la nobleza de, incluso, los habitantes más pobres. El también fue un realista testarudo, como lo demostró en su política económica. Para él, principios y pragmatismo no eran enemigos; sino que iban de la mano. Fue un idealista sin ingenuidad, un conciliador sin estar comprometido.

Seguramente, el estribillo "Africa rising" debería ser atribuido a Madiba, el nombre del clan por el cual todos lo conocen. Nunca dudó que su continente triunfaría en el siglo 21. "No solo somos los pueblos con la historia más antigua," me dijo. "Tenemos un brillante futuro." Sabía que África era rica en petróleo, gas, minerales, tierra y, por sobre todo, en personas. Pero también, supo que "por nuestro pasado colonial, los africanos aun seguimos pensando que esas preciosas cosas no nos pertenecen." Riéndose, agregó, "Pueden encontrar muchas personas al norte del ecuador que están de acuerdo con ellos."

Tenía humor y humildad en su porte, y fue más inteligente y gracioso que el desfile de líderes mundiales que iban en manada a verlo. Cebaba a sus invitados: "¿Qué querrá un hombre poderoso como usted con una viejo revolucionario como yo?"

Podía encantar a los pájaros de los árboles, y sacar el dinero de las billeteras. Una vez me contó cómo Margaret Thatcher personalmente había donado 20 mil libras a su fundación. "¿Cómo hiciste eso?" Me perturbó. La Dama de Acero, que se hizo famosamente frugal, manteniendo un estricto control sobre su cartera. "Se lo pedí," dijo con una sonrisa. "Nunca vas a conseguir lo que quieres si no lo pides." Entonces, bajó su voz con complicidad y dijo que su donación había asqueado a algunos de sus compañeros. "¿Ella no intentó acallar nuestro movimiento?" le reclamaron. Su respuesta fue: "¿Acaso De Klerk no aplastó a nuestra gente como moscas? Y estaré tomando un te con él la próxima semana…" (En otras ocasiones, escuché a Mandela alabar el coraje de F.W. De Klerk, el último presidente del apartheit de Sudáfrica, que tuvo su propia prisión de la cual escapar: el prejuicio de su crianza. No deberíamos olvidar su papel en este drama histórico.)

Mandela vivió una vida sin hipocresía. Inténtalo, no es fácil. Su falta de piedad lo ayudó a convertir antiguos rivales en sus amigos. En 1985, U2 y Bruce Springsteen respondieron al llamado de Steve Van Zandt para prestar nuestras voces a un disco de artistas en contra del apartheid titulado "Sun City". Sun City se había establecido en la frontera de Botswana para evitar el boicot cultural a Sudáfrica. El casino de Sol Kerzner se había convertido en un lugar bastante concurrido. Años más tarde, cuando lo reprendí al productor musical Quincy Jones sobre su amistad con Kerzner, Quincy me respondió, "¿Hombre, no sabes nada sobre Mandela, verdad? No estuvo fuera de la cárcel hasta siete días antes que lo llamara a Sol Kerzner. Desde entonces, Sol ha sido uno de los más grandes contribuyentes al Congreso Nacional Africano." Me sentí como uno de esos soldados japoneses que salieron de la jungla en los 50 todavía luchando la Segunda Guerra Mundial.

Con risas, no con lágrimas, era la manera preferida de Madiba, excepto en una ocasión cuando lo vi casi sin palabras. Fue en la isla Robben, en el patio fuera de la celda en la que pasó 18 de sus 27 años en prisión. Estaba explicando porqué había decidido usar su número de preso, 46664, para juntar una respuesta a la pandemia del SIDA demandando tantas vidas africanas. Uno de sus compañeros de celda me dijo que el precio que Mandela pagó al trabajar en la mina de piedra caliza, no fue la amargura o incluso la ceguera que puede resultar de estar rodeado del reflejo blanco brillante día tras día. Mandela aun podía ver, pero el daño del polvo a sus conductos lacrimales lo había dejado incapacitado de llorar. No podía producir lágrimas en un momento de desconfianza o dolor.

Tuvo una cirugía en 1994 para corregir eso. Ahora, podía llorar.

Hoy, nosotros podemos llorar.