La vuelta al mundo con U2: adentro del tour más grande de la historia del rock.
Una nave espacial irlandesa aterrizó en un estadio de fútbol americano de Chicago, y el piloto está parado bajo un cielo sin estrellas, ladrando órdenes enojadas a un micrófono. “Saquen las voces de los astronautas,” dice Bono, con su acento irlandés retumbando en 61 mil asientos vacíos. “Y si pueden saquen a Sinéad del primer verso, la explosión sónica tiene que apagarse tres veces más rápido, no es una cosa sutil, es un gran cambio.” Estamos a menos de 24 horas de que arranque la primera gira de U2 por estadios de Estados Unidos desde 1997, y según Bono es un momento perfectamente propicio para tirar abajo una sección del show. Está obsesionado con una canción oscura, “Your Blue Room”, un track lánguidamente climático de los Passengers, aquella colaboración que la banda hizo con Brian Eno en 1995. U2 nunca la tocó, ni siquiera en vivo, pero esta noche están tratando de transformar el tema en un número musical muy elaborado, con voces nuevas grabadas por Sinéad O’Connor y un video filmado en la Estación Espacial Internacional.
“Tenemos suerte de que no están haciéndolo en vivo desde el espacio,” dice Paul McGuinness, manager de U2, mientras mira cómo se desarrolla el carísimo trabajo sentado frente a la carpa de producción en medio del campo.
El escenario actual ya es de por sí exótico: una catedral metálica sci-fi con cuatro garras, el escenario más grande en la historia del rock & roll; tan grande que se ve desde los aviones que se aproximan a la ciudad. Es casi una cosa viviente, con rampas móviles, constantes exhalaciones de humo, y una constelación de luces giratorias. Hasta la pantalla de video hace trucos, estirándose hacia arriba y abajo como un gusano de resortes. Cuando Bono pide que la retraigan, lo hacen instantáneamente, y suena como el zumbido de mil abejas.
Hasta ahora el ensayo venía bien: la banda la rompió durante la primera mitad del set de dos horas, frente a asientos vacíos. El show -pulido a lo largo de veinticuatro fechas en Europa- empieza con una seguidilla de cuatro canciones del último disco de la banda, No Line On The Horizon, para luego zambullirse en el viejo catálogo. Pero “Your Blue Room” es un desastre: la esencia de la canción está sepultada bajo conversaciones de astronautas y demás efectos de sonido. Lo que debería ser un momento cautivante -un astronauta belga llamado Frank De Winne aparece en la gran pantalla de video cilíndrica arriba del escenario, recitando con voz tranquila un verso mientras flota en gravedad cero- no está funcionando bien. “No fue una situación placentera,” dice Bono, antes de interrumpir el ensayo para tocar la canción una y otra vez. Sus compañeros de banda y el equipo de producción ya se pasaron una hora con la canción la noche anterior, y cuando el cantante pide café desde el escenario, sabe que les espera un camino largo y difícil. Incluso cuando están dándole otra forma a los efectos de sonido y al video, Bono está componiendo de prepo un puente nuevo para la canción -que tiene catorce años- improvisando letra y melodía en cada pasada.
La perseverancia de Bono ayudó a que U2 llegara hasta acá, aunque en el camino lo hizo guiándolos hacia uno o dos abismos tamaño PopMart. “Bono tiene que ser Papá Noel para 70 mil personas todas las noches,” dice el eterno director del show Willie Williams, “así que es totalmente justo que lidere la ofensiva.” El resto de U2 acompaña la tenacidad de su cantante con variados grados de buen humor. Al terminar una larga reunión con Williams sobre el escenario, el baterista Larry Mullen explota: “Si no está roto, rompelo.”
Lo que está en juego acá es el show de rock más grande de la historia, y los U2 parecen totalmente cómodos trabajando en esa escala. El monstruoso escenario es su taller, tan común para ellos como un cubículo de oficina. Pero es innegable: treinta y tres años después de que cuatro adolescentes de Dublín se juntaran en la cocina de la casa de los padres de Mullen, llegaron a la cumbre. “Estamos en el límite; de hecho, en el límite absoluto, cuando pensás en la economía y la practicidad del transporte,” dice The Edge. “Somos realmente todo lo grande que podemos llegar a ser.”
El tamaño de la gira es, de alguna manera, el sentido último de todo, y todo argumento a favor del súper-estrellato del rock. En una cultura dividida tanto musical como políticamente, U2 se está ofreciendo a sí mismo como una cosa en la que acordar.
“Your Blue Room” está pensada para “unir todo el show”, como expresa Tom Krueger, que dirige los contenidos en video del show. Las imágenes celestiales ofrecen un recordatorio de aquel optimismo acerca del futuro que alguna vez representó el programa espacial, y los planos de la Tierra desde el espacio combinan con la perspectiva global de un show que trata el tema del sida en África y la política en Myanmar e Irán. (Y el escenario se parece muchísimo a una nave espacial; incluso “Space Oddity” de David Bowie suena todas las noches cuando las luces se apagan.)
Sin embargo, “Your Blue Room” está lejos de ser un hit, y nadie lo asociaría con el rock tamaño estadio. En cada versión subsiguiente, la banda sigue intentando hacerla más tranquila, más seductora. “Es una cosa delicada,” dice Bono. “El problema es que la canción puede llegar a hundir a toda una sección del set si no funciona.” Él está listo para jugarse, para hacerlo desde la primera noche; pero el resto de la banda presiona para tocar la canción recién en el segundo recital de Chicago (terminará estrenándose en la segunda noche; Bono que sigue de cerca al público, dice que vio un par de caras “embelesadas y un poco desconcertadas”).
El objetivo, como siempre, es elevarse. U2 está tratando de hacer arte en estadios de fútbol -lograr lo que Bono denomina “intimidad en gran escala-, aunque lograrlo insuma 750 mil dólares por día en gastos de estructura: un escenario de 170 toneladas, 200 camiones y sus correspondientes bonos de carbono, casi 400 empleados, más de 250 parlantes, trece cámaras, Sinéad O’Connor y unos cuantos astronautas. (La guitarra roja, los tres acordes y la verdad se venden todos por separado.)
La gira es también la última batalla de U2 en su guerra por demostrar que la banda más grande del mundo también puede ser la mejor, y que a pesar de las bajas ventas de No Line On The Horizon, su material nuevo puede ir codo a codo con las cosas más viejas. “¿Qué hacés cuando estás en una banda?”, dice The Edge. “¿Simplemente bajás la cabeza y vendés montones de entradas y CDs por todo el mundo? ¿O tratás de comprometerte e intentás hacer algo diferente?”
La banda hace una última prueba con “Your Blue Room”y todo empieza a enganchar: capas eclesiásticas de órgano, los melancólicos acordes de piano de The Edge, los focos arriba del escenario que convergen en una pirámide en el cielo, la imagen final del sol que sale detrás de la Tierra y que lleva directamente a “Unknown Caller”, con su primera frase “Sunshine, sunshine”… Bono está aliviado, y el ensayo continúa. “Un gran paso -dice- para un pequeño hombre.”
Camino a Chicago, U2 casi se cruza con Lil Wayne. Cinco minutos antes que la banda llegue a un aeropuerto privado en Newark, Neuva Jersey -Nueva York es la base para esta parte de la gira-, un Wayne con anteojos negros y un pequeño séquito caminan por el asfalto hacia su propio avión privado, sin darse cuenta de que se están perdiendo la oportunidad de una cumbre de superestrellas.
El jet que hoy está usando U2 es prestado -ya que el que usan generalmente está siendo acondicionado- y es tan opulento que el propio Wayne lo encontraría grasa, con sofás en lugar de sillas, paredes de madera oscura pulida y una o dos antesalas privadas. Estoy sentado solo en una de esas cabinas, esperando despegar, cuando una figura se aparece en el umbral de la puerta. “Boletos, por favor,” dice Bono. Tiene un conjunto de jean y anteojos grises un poco más grandes que su modelo habitual. Tiene el pelo terriblemente corto a los costados y parece como si se lo cortara todos los días (probablemente sea así).
Mientras se ajusta el cinturón en uno de los asientos de plush, Bono está fascinado con la cercanía de Lil Wayne, y se ríe cuando le recuerdan una letra de U2 de hace nueve años: “La última de las estrellas de rock/ Cuando era el hip-hop el que conducía los coches grandes.” “Deberíamos pasar con el avión por al lado de él,” reflexiona Bono, “y gritar: ‘¡Era una broma!’.”
La verdad es que Bono -que es amigo de Jay-Z y sumó a Will.i.am a la producción de No Line… -se lleva mucho mejor con el espíritu “cuánto más grande mejor” del hip-hop mainstream que con la creciente tendencia del rock hacia su propia reclusión en guetos. “Me encanta la idea de lo que podría llamarse una cultura más porosa, en la que hay muchos cruces de tránsito,” dice Bono. “Jay-Z es un pionero. El trabajaría con una banda indie. Le gusta estar en lugares en los que nadie estuvo.”
“En esta época de tanta celebridad y estrellato pop, quizá sea un tema delicado cuestionar los valores de ser una estrella pop”, continúa Bono. “Radiohead, Pearl Jam, mucha gente que quizás era mucho más sensata que nosotros, lo rechazó. Pero lo que se resintió con esa posición era esa cosa tan preciada y pura a la que solían llamar el 45 (los singles). Ese tema nuevo de Pearl Jam (“The Fixer”)… es genial. Tiene esa actitud, como de ‘queremos eso’.”
La gira U2 360º es un ejemplo a favor de la idea de mainstream vital, del poder de un estadio repleto de gente sacándose los tapones de los oídos para cantar todos juntos. “¿Cuánto puede durar? No sé,” dice Bono, reflexionando sobre el creciente estatus de superestrellas de su banda. “La mayoría de la gente está feliz en su gueto, y sus guetos son grandes. Yo todavía mantengo esa idea pasada de moda del metaevento, que lo atraviesa y lo vuelve más de lo que es.”
El show es una inusual fusión de los dos extremos que tienen las giras de U2: la sobrecarga tecnológica de ZooTV de 1992-93 y la sencillez a escenario pelado del Elevation Tour. “Esta es nuestra obra maestra,” dice Williams, que venía planeando esta gira desde 2006 y asiste a cada fecha para ajustar aun más el show. “Es como la culminación de todo lo que hice con U2.” Una tarde, en el avión de la banda, él abre su MacBook y muestra -repetición tras repetición- los diseños potenciales que hizo Mark Fisher para el escenario (que era conocido como la Garra hasta que se afirmó la idea de la nave espacial). Hay un archivo que se tiene una “rueda de estilo,” con adjetivos al lado de cada posible forma: “En domo, kinético, puntiagudo, arqueado, escueto, envuelto.”
Pero el verdadero acierto es que, desde la perspectiva visual de la banda -cosa que logro apreciar el día en que me subo al escenario durante una prueba de sonido-, los elementos de diseño casi desaparecen. Los que los músicos perciben, en cambio, es su apertura, el efecto circular que le da el nombre 360º a la gira: uno puede girar y ver todos los asientos del lugar. El sistema de sonido -elevado y alejado del público gracias al diseño de cuatro pilares- es el más grande que se haya construido para una gira, con cuatro juegos de parlantes distintos para que sean el equivalente en vivo a un surround sound: el técnico de sonido Joe O’Herlihy, por ejemplo, le da a la batería de Mullen y al bajo de Clayton una columna entera de parlantes para cada uno.
No casualmente este diseño también significa que -a diferencia de cualquier otra gira por estadio- cada asiento del lugar puede ser ocupado, una de las razones por las que McGuinness dice que la gira está camino a ser la que más dinero recaude en la historia.
“Anoche alguien nos preguntó: ‘¿Necesitan todas esas cosas?’,” dice Clayton. “Y la verdad es que uno necesita realmente estas cosas. Pero parte de la industria del espectáculo indica que tenés que cambiar las percepciones de la gente, tenés que encontrar maneras en que las canciones conmuevan más a la gente, desorientarlos así están más abiertos a ser conmovidos.”
En la gira Elevation, un mes después del 11 de septiembre de 2001, U2 tocó tres de los más emotivos de su carrera en el Madison Square Garden, rodeados por el público. Esa experiencia es lo que la banda está tratando de replicar, en una escala mayor. “Lo que sucedió fue que la gente en el público se miraba entre sí,” dice Bono. “Se decían: ‘Logramos superar esto’. Ese es el truco. El conejo sacado de la galera es hacer que el público sea la estrella del show.”
Un mes antes de Chicago, U2 ya está por la fecha número 17 de su tour europeo, y The Edge tiene exactamente diez minutos para hacer de turista en la escala más exótica. Se sube a la parte trasera de una van en la puerta de su hotel para ir a pasear por la capital de Croacia, Zagreb, hasta el estadio Maksimir, hogar del mejor equipo de fútbol del país y -esta noche- también del show de U2. “Esta va a ser toda mi experiencia en Zagreb,” dice The Edge, con una sonrisa que arruga los bordes de su barba candado. “Es lo único raro de salir de gira: no podés ver cosas.” Como es habitual, está vestido con una remera negra con un dibujo geométrico, jeans, Converse de cuero, y una gorra. Una hoja de afeitar con palabras DON’T MESS (no molestes) grabadas cuelga de una cadena de plata alrededor de su cuello.
Es el primer show que U2 da en Zagreb; y es la primera vez que tocan en esa zona que alguna vez fuera arrasada por la guerra desde el dramático show que hicieron en Sarajevo en 1997. Edge se acomoda en su asiento de cuero negro y empieza a sacar fotos por la ventanilla. Los paisajes de la ahora floreciente ciudad pasan rápido: una estatua del rey medieval Tomsilav montado a caballo; afiches de conciertos recientes de Patti Smith y Dale Watson; tendederos de ropa entre los edificios (a Edge le recuerdan a la Dublín de su infancia: “Me acuerdo de los broches para colgar ropa. ¿Quién compra broches actualmente?”); tranvías; y, para alegría suya, una vasta estructura metálica que sobresale por arriba de un anodino deportivo. “Desde acá, parece un edificio más,” dice Edge.
La van estaciona en la sección de carga y descarga del estadio, junto a carpas blancas inmensas armadas para ser las oficinas de producción y catering. Parece como si un festival de tamaño considerable hubiera llegado a la ciudad. Estrechando manos por el camino, Edge avanza por un pasillo de concreto: pisa cables eléctricos atados y sube por la ruidosa escalera de acero que lleva a la cima del escenario, que a la luz del día resulta casi graciosamente chillón. Saluda a Dallas Schoo, su genial técnico de guitarra, se cuelga la primera de una serie de guitarras y arranca con una prueba de sonido individual.
Schoo le da una Rickenbacker a Edge y éste se pone a tocar la intro de “Mysterious Ways” -que vista de cerca consiste en apenas un bar chord en el séptimo traste, un par de rasgueos rítmicos y dos notas-, pero es suficiente como par ponerte la piel de gallina cuando escuchás ese sonido sexy de Achtung Baby saliendo directamente de los cuatro modestos amplificadores de The Edge. Mientras Edge comienza a ajustar el seteado de su guitarra y aprieta los 36 botones de la pedalera que tiene a sus pies, Schoo saca una cámara digital y fotografía las posiciones de las perillas y los interruptores de la guitarra.
Para poder deambular libremente por la enorme extensión del escenario, Edge usa un headset al estilo Garth Brooks para hacer los coros, y también permite que Schoo controle los efectos de su guitarra (el técnico cuenta con un duplicado de la pedalera de Edge bajo el escenario).
Pero Edge vuelve una y otra vez a su propia pedalera -a la derecha del escenario- para ajustar los seteados. Es habitual, dice Schoo con algo de reverencia, que Edge invente nuevas combinaciones de efectos en la mitad de una canción frente a un estadio lleno, y después apriete “save” para crear un preseteado. “Soy muy específico con respecto al sonido de la guitarra, porque en muchos casos es la identidad de la canción,” dice Edge. Esboza una media sonrisa y un guiño por el muy poco característico momento presuntuoso, y se corrige: “Una gran parte de la identidad de la canción.”
Ya sea Zagreb, Londres, o Chicago, todos los shows empiezan más o menos igual: un segmento de “Kingdom Of Your Love” -una canción inédita de U2 con un ritmo pulsante y coros- truena por los parlantes, y Mullen entra caminando solo al escenario. Un foco brillante sobre el baterista mientras toca un extendido rulo de tom-toms, redoblante y platillos, que funciona como intro para “Breathe”, el track de No Line…, que es una especie de vals poderoso con versos dylanescos y un estribillo que es lo más himno-de-U2 que se puede ser. Los compañeros de Mullen se unen a él de a uno; Bono sale último, tirando para atrás el pie del micrófono como si fuera una palanca que se acciona para que arranque la banda.
“Está buenísimo salir cuando el público está esperando a Bono,” dice Mullen, junto a una cena de arroz y vegetales en una mesa de picnic afuera de la carpa de catering, antes de uno de los shows en Zagreb. “Hace 35 años que espero por el solo de batería. No me quiero ilusionar, pero esto es lo más cercano.”
No es el tipo que los fans esperan ver salir primero al escenario, y tampoco es la canción que seguramente están esperando. Luego de “Breathe,” hay tres canciones seguidas de No Line…: el track del título, “Get On Your Boots” y “Magnificent” (luego aparecerán tres temas más de ese disco, incluida la balada épica “Moment Of Surrender” para cerrar el show). El énfasis en el material nuevo es más valiente todavía si consideramos que No Line On The Horizon colocó con suerte un millón de copias en Estados Unidos -lo cual lo ubica como uno de los álbumes menos vendidos de U2- y que hasta ahora el disco no logró generar un single exitoso. “Salgo y canto ‘Breathe’ todas las noches frente a un montón de gente que no se la sabe,” dice Bono. “Soy un performer, no me voy a quedar agarrado a una canción que no comunique y no sume nada. En vivo son grandes canciones, y creo que es un gran disco. Creo que va a ser visto como: ‘¡Dios, uno de sus discos más desafiantes!’.”
Camino a Chicago, sin embargo, Clayton está preocupado por si los estadounidenses resultan más impacientes que los europeos: “Estoy un poco intranquilo por si podremos abrir con cuatro canciones nuevas,” dice. “Puede ser complicado.” Y luego del segundo show en Chicago, Bono nota que el show “sigue necesitando un poco más de cocción.” Así que para la segunda semana en Estados Unidos, U2 prueba sacar “Breathe” de la lista de temas, arrancar en cambio con “Magnificent” reduciendo a tres el número de temas nuevos en el arranque. “Lo que me sorprende de ellos es que se aferran a una idea,” dice el director de video Krueger, “hasta que encuentran una mejor.”
La única canción nueva que le gusta a todos los públicos es el primer single de No Line…, “Get On Your Boots”, que la banda toca en vivo de manera más directa, con arreglos más hard-rock, sin sus elementos de electrónica. A los U2 les encanta tocar la canción, pero tres de los cuatro miembros reconocen ahora que era una mala elección para ser un primer single (Edge la sigue defendiendo). “En vivo funciona bien, curiosamente -dice Clayton-. Pero creo que quizá lo que pasó es un problema habitual de U2. Creo que probablemente hayamos trabajado y trabajado y trabajado en la canción, y en vez de ejecutar bien una idea, quizá teníamos cinco ideas en la canción, y eso simplemente confundió a la gente. No sabían bien qué estaban escuchando.”
Bono tiene sus propias ideas. “Mirá, a veces nuestro público no es tan groovy como nos gustaría,” dice con una sonrisa. “‘Get On Your Boots’, tal como se editó, es una especie de disco crossover, mitad clubber, mitad indie-rock. A la gente no le gusta mucho el costado clubber de U2. Quieren ‘Vertigo’. Y la última vez que hicimos eso -con ‘Discothèque’ de Pop-, tampoco gustó.”
Pero en lo que debe ser considerado como un acto de rebeldía, la banda está incluyendo uno de sus momentos más clubber en el show actual al tocar su reciente single, el tema pop “I’ll Go Crazy If I Don’t Go Crazy Tonight”, en un irreconocible remix estilo LCD Soundsytem, que viene completo con un fantasioso video de los músicos cabeceando al ritmo de la canción. Bono había decidido que el show necesitaba esa canción durante los ensayos en Barcelona, luego de caminar hacia la cima del escenario y entender que tenía que haber un momento musical tan futurista como el escenario. Hasta a Mullen, que tradicionalmente resiste esas movidas, le gusta el remix; sobre todo porque le da la posibilidad de deambular por el estadio con un tambor de mano mientras un ritmo electrónico domina todo. Y a Clayton le encanta, porque está basado en un sampleo de una línea de bajo suya que sus compañeros de banda casi vetan por ser demasiado “juguetona.”
La banda estaba preocupada por estrenar esta versión frente a sus no tan abiertos fans norteamericanos. En el avión desde Zagreb, Mullen y Bono discuten la posibilidad de arrancar con los arreglos normales de la canción y luego ir yendo hacia el remix; entonces el baterista gira hacia mí: “Ayudaría mucho si escribís que es uno de los puntos fuertes del show,” me dice. Al final no cambian nada para Estados Unidos, y en Chicago, el remix de “…Crazy Tonight” es, de hecho, uno de los puntos fuertes del show, con The Edge que salta como loco mientras Bono canta fragmentos de Sly Stone.
En lo que será la más discordante transición de la noche, “…Crazy Tonight” se mueve directamente hacia “Sunday Bloody Sunday”, que la banda ha contextualizado muy bien agregando imágenes de las protestas de Irán de mediados de este año (“probamos poniendo sólo fondos verdes,” dice The Edge, “pero era demasiado sutil. La gente pensaba ‘Irlanda’”). Empiezan a aparecer imágenes de Irán en la pantalla mientras Bono canta el estribillo final: “It’s not a hill/ It’s a mountain/ As we start out the climb.”
En ese momento, según Bono, comienza la segunda parte del show, más politizada. “El primer acto es una especie de narrativa personal, acerca de superar obstáculos,” dice. “De repente, de una canción sobre el hedonismo y la autodestrucción, pasas a las calles de Teherán. ‘No es una colina/ es una montaña/ cuando empezamos a trepar’: tu odisea personal de repente es sacudida por lo que está pasando afuera en el mundo. Quizá sea así como yo armé mi vida; la gente más triste que conocí era gente concentrada en su propio bienestar. ‘Yo, yo, yo, yo, yo, a mí, a mí, a mí, a mí.’ La manera en que encontré una ruta para salir de la depresión, para salir de la idiotez, es la dura yuxtaposición de otras vidas, ya sea que estén cerca de mí o en un mundo más lejano. Me encanta ese momento del show: realmente entiendo esa sensación.”
El sistema de sonido de la gira 360º quizá sea el más poderoso que jamás se haya construido, pero en la ola de voces que suenan hoy en Zagreb, la multitud de alguna manera está casi tapándolo. “Love is a temple,” cantan, enganchándose con la frase como si fuera su himno nacional, “love is the higher law.” Parado en el centro del escenario, con una guitarra verde, Bono repite la frase, con su propia voz temblando de súbita emoción. “We got to… carry each other,” canta, retocando un poco las letras para que tengan mejor síncopa: “Whether you’re my sister, or whether you’re my brother.”
Momentos después, mientras Edge transforma la progresión de acordes en un afilado grito y la sección rítmica revuelve la canción hasta convertirla en algo con demasiada propulsión como para ser una balada, Bono hace que apaguen las luces y le pide al público que saquen sus celulares (un cliché de concierto que se vuelve algo mucho más grande): “Conviertan este lugar en un universo más grande,” dice, y luego, quizá para su propia sorpresa, comienza a gritar: “¡Prendan su propia luz! ¡Su propia luz!” Las luces resplandecen, una galaxia de almas en miniatura. El show despega.
Bono había presentado “One” cuidadosamente: “La canción que viene significa muchas cosas diferentes para mucha gente diferente,” dijo, mientras un traductor croata aparecía en la pantalla de video. “Esta noche queremos tocarla para toda la gente de esta región que vio su cálido corazón roto por ideas frías.” Hubo silencio mientras la multitud recibía las palabras, y luego una explosión de aplausos.
La noche siguiente, Bono todavía está pensado en esos momentos. “Los Balcanes inventaron una cierta obstinación, una cierta terquedad,” dice. “Así que haría falta una canción de amor perturbada y amarga como ésa para que puedan conectarse: ‘¿Te desilusiono?’ La ira, la bilis, la cólera de esa canción hacen bien. No somos iguales. Esta gente renunció a todo por una diferencia. Creo que todos tienen una versión distinta de esa canción, y para mí cambia cada noche. Casi no puedo respirar cuando la canto. Apenas puedo decir la letra.”
Por primera vez en mis seis encuentros con Bono, sus anteojos de sol están subidos a su frente, y sus desnudos ojos azules resplandecen con intensidad: o sigue con la adrenalina de los shows, o simplemente es así como lucen sin sus gafas. Está sentado en el jet alquilado mientras volvemos a la base de la gira europea de U2, en el sur de Francia. Casi decepciona lo poco vistoso que es este avión; el fondo, donde se sienta el staff de gira de la banda, parece la primera clase de un avión comercial, mientras que el frente, para los miembros de la banda y sus familias, es como una primera clase plus, con mesas para sentarse.
Del otro lado del pasillo está la mujer de Bono, Ali Hewson -imponente, morocha, con esos ojos marrones acerca de los cuales él nunca dejó de cantar-, que está leyendo diarios y cenando, y sus dos hijos pequeños, los dos acurrucados para la siesta después de haber estado casi toda la noche correteando por el backstage mientras su papá hacía lo mismo arriba del escenario.
“Amor es una palabra demasiado grande como para tirar así nomás por estos lugares,” continúa Bono, frustrándose, hablando por sobre el ruido del motor. “A primera vista, portar la chapa de la no-violencia luce bien en un irlandés, pero nosotros vivíamos a 160 kilómetros de los problemas. Así que de algún modo, no era un gran acto de coraje de parte nuestra sacarle el color a la bandera y pregonar la no-violencia.”
“Es totalmente distintivo si vivís en Croacia o si vivís en los Balcanes occidentales. Esta gente tiene en su memoria reciente el haber visto lo poco civilizada que fue la última parte del siglo XX. Nosotros veníamos de hacer Achtung Baby y Zooropa, y la gente no sólo no respetaba a sus vecinos, sino que torturaba a sus vecinos. Les estaban enchufando cables eléctricos en las partes íntimas y haciéndolos chillar. No me ofendería en absoluto si alguien dijera: ‘¿Cómo mierda te atrevés a venir a hablar de amor?’.”
Bono tiene puesta una remera negra y zapatillas, y está en el pico de su estado físico de gira, luciendo unos kilos más flaco que en enero. Ya no toma mucho cuando está de gira, pero no es exactamente un asceta. (Más tarde, admite vergonzoso haber tenido un “momento Elvis”: hacer parar a toda la caravana que salía de Chicago para poder comerse un Big Mac). Por debajo de la mesa, asoman sus pálidos pies descalzos; acaba de patear un par de sandalias muy pero muy poco rockeras.
Llega a una conclusión inesperada, argumentando que entre las pocas superestrellas que hay que no tienen raíces en la época de Woodstock, su banda sigue impulsada por las mejores ideas de aquella época. Al final, quizá la nave espacial sea una máquina del tiempo y el destino sea 1967. “Uno piensa en los Beatles y piensa en ‘All You Need Is Love’, y esa ebullición de ideas, ese renacimiento que fueron los 60,” dice. “El núcleo de eso era la idea de amor, de la cual salió el movimiento feminista, el movimiento gay, el movimiento antibélico. Estaba todo basado en esa simple idea judeocristiana, la filosofía de tener que amar a tu semejante, de que no sea un consejo, sino una orden, un edicto: ‘Ama a tu semejante’.”
Bono sonríe por primera vez desde que empezamos a hablar de la tortura y el odio. “Es una situación extraña -dice- cuando salís con estas cosas en un show de rock.”