U2: ¿Ángeles o diablos?


U2 - La revolución para todos los públicos

Los eternos dilemas-interrogantes: ¿Son U2 unos genios o unos gañanes? ¿Hay autenticidad o impostura en los suyo? ¿Es Bono un altruista o un arribista? Aprovechando la aparición del recopilatorio U218 Singles intentamos buscar algunas respuestas.

Darío Vico

Lo siento, pero tengo que confesarlo: no creo en U2. Nunca he creído en ellos. Me parecen la gran mentira del rock and roll, algo tan perverso que ni siquiera a Malcom McLaren, los 40 Principales y la CIA juntos se les habría ocurrido. Puedo decirlo además con la conciencia tranquila, porque ha sido así desde el principio. Cuando comenzaron a sonar aquí, a principios de los ochenta, yo era un tierno adolescente con el corazón abierto de par en par a todo aquello que fuera pop, pero incluso entonces hubo algo que me avisó de que ahí dentro había algo que no era trigo limpio. No eran aquellas canciones incandescentes, aquellas portadas tan enrolladas, aquellas fotos tan impactantes y cercanas de los tipos en cuestión, era algo indefinible que me susurraba “mentira”. Me gustaban sus singles, que siempre han sido buenísimos, y los he agradecido en la radio comercial como pocas canciones, porque surgieron en la época en la que las radiofórmulas comenzaron a llenarse mayoritariamente de mierda, a favorecer lo estereotipado y despreciar lo diferente y genérico, y supieron aprovecharse de ello, porque hay que reconocer que estaban muy por encima de la media. Pero nunca fui capaz de escuchar un LP entero de U2 sin sentirme como esas veces que te enganchan para una misa moderna, o un mitin progre, o ambas cosas a la vez, y después del paripé de buen rollo y un par de cancioncitas molonas te sueltan un tochazo insoportable y que acaba por comerse el tarro. De hecho, no he conocido fans más plastas, intransigentes y fanáticos que los de U2. De verdad que preferiría pasar una semana en una convención de maníacos de Michael Jackson que un día en la redacción de Bandera Blanca.

Tanto bien no puede ser bueno para nadie. Y menos para cuatro irlandeses. Hace unos minutos me he cabreado con ellos por última vez después de ver el clip de “The Saints Are Coming”. Con la introducción casi a capella, el rollito de las dos bandas unidas -tiene cojones que sean los ex squatters reciclados en superventas Green Day los elegidos por Bono para darse el toque moderno y enganchar a una nueva generación, y no, qué se yo, los Neville Brothers- y las imágenes de archivo de la pobre gente de Nueva Orleáns tratando de sobrevivir, me han dado ganas de vomitar. ¿Dónde coño estaban Bono y sus colegas entonces? Pues supongo que viéndolo en alguna suite de puta madre, pero no tienen la decencia de presentar la canción desnuda, no, porque las palabras solas ya no tienen fuerza. U2 no son capaces de cantarse a pelo un “The Lonesome Death Of Hattie Caroll” y acojonarte (prueba con “Don’t Look Back” y flipa, y eso que Bob tampoco era trigo limpio ya por aquel entonces), necesitan poner toda la carne en el asador de la MTV. Pero eso sí, cuando las guitarras empiezan a sonar, cuando meten el rollo ese en plan de Independence Day con los aviones llegando a la región desvastada, reconozco que se me pone la carne de gallina. ¡Qué hijosdeputa! Ahora bien, no quiero que se me malinterprete; un hijodeputa con todas las de la ley es una de las más raras creaciones de Dios. Y hay que saber reconocerlo. Qué buenos son estos tíos después de 25 años. Qué más da, eso sí, que la canción sea de un grupazo que desapareció hace más o menos ese tiempo, The Skids. Ahora es suya.

Defensores de la ley (y el orden)

Los irlandeses siempre han tenido una virtud -que creo que comparten con Madonna- y es que han sabido aprovecha muy bien el caudal creativo de sus contemporáneos, con muy poco desfase. Así, ya en los ochenta pasaban por ser un grupo con mucha personalidad cuando realmente eran permeables a todo lo que sucedía a su alrededor, pero eran capaces de reciclarlo en apto para el consumo masivo con mucha mayor rapidez que sus creadores. También han tenido siempre un sibilino instinto para saber donde estaban los límites de riesgo, provocación y buenrollismo y cómo administrarlos siempre a su favor. En los ochenta, por ejemplo, mantuvieron un duelo en la cumbre con otra banda escocesa, Simple Minds, que durante bastante tiempo parecía que iba a decantarse a favor de los de Jim Kerr. De hecho, los de Glasgow habían demostrado siempre más talento y visión del juego que ellos. Fue el uso que quisieron darle a su ambición lo que los diferenció, Simple Minds parecían los destinados a consolidarse como banda de estadio, como el gran ombudsman del aficionado al rock, pero en algún momento canciones como “Mandela’s Day” comenzaron a sonar falsas, huecas, fariséicas, y cuando reaccionaron, ya era demasiado tarde. Bono y los suyos, mientras tanto, se habían marchado al desierto, a la sombra del Joshua Tree, implacablemente vestidos de negro con aspecto meditabundo, y aquello impresionaba más que un Kerr con aspecto de telepredicador. Tras aquella batalla, no han vuelto a tener rivales.

U2 también han tenido suerte a la hora de utilizar referentes. Elvis está muerto y no puede desautorizarles. Lennon, también, lo que evita que les ridiculice. Dylan está demasiado cansado de las cosas de este mundo como para enfrentarse a tamaños usurpadores. Y Sinatra, que estuvo a punto de echar a Bono del estudio en cuanto lo vio llegar, tuvo que transigir porque necesitaba grabar unos cuantos duetos con chicos como él para volver a sentirse bien en lo alto de las listas antes de abandonar definitivamente el edificio. De cada uno de ellos, U2 ha tomado algo, uno diría que de una manera algo ilegítima pero al final, con resultados positivos. De Elvis han sabido recuperar esa aura de inocencia transformada en gran espectáculo, ese inequívoco toque de cultura popular llevada al extremo y que te hace parecer, aun nadando en una piscina de Coca Cola, un chico que debe permanecer atento para que no le roben lo único que le queda: su origen. De Lennon, su impronta chic provocateur, una capacidad, aunque expresada de una manera mucho menos ácida, para opinar sobre todo sin acabar de meterse a fondo en nada. Para vivir en un penthouse pero, siempre que sales a la calle y alguien mira tus zapatos, tenerlos siempre empapados de la húmeda tierra del barrio. De Dylan tomaron su poder de convicción omnímodo que les hace tan creíbles para las masas como temibles para las elites. Poco importa que en el fondo se este tan lejos de unas como se desprecie a las otras, el caso es que nadie va a ser capaz de cuestionarles, aún y en mucho tiempo. Sus temas siguen sonando en las efe emes y sus palabras copando titulares. Y de Sinatra descubrieron que un hombre, para ser independiente, tiene que saber arrogarse a según qué poderes. Que en su caso hayan sido algunas ONG y causas que bajo inmaculados programas de acción tengan más de una premisa cuestionable, y no el clan Kennedy y otras familias de apellidos difíciles de pronunciar, no importa. Siempre han sabido sacar partido de ellas sin dejar traslucir cómo éstas también se aprovechaban de ellos como vehículo para llegar a donde les interesa.

Sesión de psicoterapia

Siempre he desconfiado de U2. Desde aquel día que la chica que me gustaba en COU, y con la que estaba medio saliendo, que nunca había demostrado interés alguno por la música pop, más allá de Mabel y Camilo Sesto, llegó un día a clase con su nombre y un trébol irlandés dibujado en su carpeta. Inmaculado, se veía a un kilómetro. Cuando le pregunté me contó la gran verdad; se lo había dibujado su nuevo novio, universitario con aspiraciones a ingeniero y uno de esos progres modernos -jersey de cuello pico amarillo, pero anudado a la cintura, y vaqueros rotos por él mismo-, hijo de la generación del desencanto que iba a rentabilizar, seguro, el ascenso social de sus viejos, pero eso sí, manteniendo sus convicciones como un parapeto. Para ello, qué mejor que ponerle a las cuquis aquel grupo tan molón, tan enrollado, tan guay, mientras les andaba en las presillas del sujetador. Creo que ese día llegué a casa y estuve a punto de partir en cuatro mi copia de October, comprada de segunda mano pero en buenísimo estado en una de las tiendas clásicas de Madrid. Creo que puse Gloria y me cagué en sus muertos, porque me seguía gustando, pero algo había cambiado. Creo que durante un par de años me hice siniestro y no les volvía a escuchar. Al fin y al cabo, no me perdía nada, Boy y el susodicho October eran buenos discos, pero en el 81 ya me sonaban demasiado adolescentes, y yo ya no quería ser eso de ninguna manera. No podía escuchar una vez más “I Will Follow” cuando no tenía ni puta idea de ni por qué, ni adónde deberíamos seguir a nadie. Me hundí en el batcave, con todas las consecuencias. Mis ojeras, al contrario de las de Robert Smith, eran auténticas. Me habría hecho una sopa con la osamenta de Ian Curtis, sólo por jorobar a todas las chicas del mundo y sus novios enrollados. Reconozco que en la radio los singles, “Sunday Bloody Sunday” y “New Year’s Day”, sonaban como un tiro. Steve Lillywhite alcanzó con ellos el grado de perfección, pero en aquellos tiempos supo esparcir su semilla con prodigalidad, aunque el fruto, en muchos casos, se haya podrido. Pero si War era bueno, también lo eran los discos de Big Country, un grupo del que hoy no se acuerda nadie y que tuvieron momentos excelsos. Aquel mismo año, los escoceses -la banda de Stuart Adamson, antaño en Skids- editan The Crossing, un disco implacable, en el que guitarras y bagpipes sintéticas alcanzan un climax ante el que el sonido de War palidece un tanto... Sin embargo, U2 sí que avanzan un cierto importante y es que saben mirar al otro lado del charco, y sus percusiones ya empiezan a tomar un matiz negroide que les diferencia de todo su generación. Es un ensayo que culmina con el directo Under A Blood Red Sky, un disco cien por cien americanizado con algunos momentos que le encantaría al mismísimo George Bush Jr.

La Enoficación

The Unforgettable Fire es un disco que marca un pequeño estancamiento de ventas pero que para mí es el mejor de toda su primera época. Además, es importantísimo porque entran en contacto con Eno y Lanois. El primero es un tipo que desde su perspectiva de “no músico” ha sido capaz de cambiar la carrera de gente como Bowie y Talking Heads, pero con U2 su trabajo es mucho más interesante. Eno les cambiaría la perspectiva, daría una nueva dimensión a su manera de enfocar las canciones y les proporcionaría un punto de vista mucho más sibilino que evitaría que cayeran en el error antes mencionado de Simple Minds, el famoso efecto “Nieves Herrero” por el que la sobreexposición a un apostolado acaba por quemarte. Desde su trabajo con Eno, Bono ha sabido alternar su faceta humanista con un aura de escepticismo y kitsch que también ha empapado sus canciones. Nada ha sido demasiado evidente en U2, al menos por demasiado tiempo. Una hostia a Bush y un paseo por la discoteca. Un video enfangado en los pantanos de Nueva Orleáns y, el siguiente, disfrazado de Dean Martin, o algo que mole en ese plan. Eno les ayudó a encontrar esa otra dimensión que les ha sido tan útil. Lanois hizo más denso su sonido, a base de simplificarlo. Decía Dylan hace poco que todos los discos de los últimos veinte años suenan como una mierda, pero los de U2, no. Siguen teniendo esa profundidad y simpleza que tenían los viejos 78 y al mismo tiempo toda la grandiosidad que siempre han buscado. En cuanto suenan por la radio parece que has subido el volumen, que has cambiado la ecualización, algo. Está sonando, incluso pasando, algo diferente. Y yo creo que pese a los esfuerzos de Lillywhite, que supo hacerles crecer como banda, como ente sonoro, aquello lo consiguieron Eno y Lanois ya desde “Pride”, un single absolutamente atómico, que suena mucho más implacable que cualquiera de sus anteriores himnos casi adolescentes. Pese a ello, funciona.

Joshua Tree y el circunstancial Rattle And Hum -un poco su Self Portrait, pero menos vapuleado que el de Bob- son los discos contra los que tengo poco que objetar, y que si me ponen, prefiero escuchar a sus primerizos. Hay algo que me interesa en ellos, me resultan una de esas obras destinadas a afirmar la fe de sus destinatarios pero que no acaban de demostrar la de sus creadores. Su carácter totémico y al mismo tiempo desprovisto de fe me conmueve. A finales de los 80, los cuatros chavales se han convertido ya en unos tipos que se visten por los pies, pero con lo más caro que se pueda encontrar en el mercado. Son cuatro millonarios que siguen fabricando a toneladas la pócima que todo lo cura y la siguen vendiendo a voz en grito, como cuando eran adolescentes y montaron el grupo. Es la época en la que cualquiera de sus conciertos es una ceremonia y cualquier causa necesita su apoyo, aunque son muy selectivos a la hora de escogerlas. Ya no hay nada que cruja en sus postulados, no se equivocan nunca, saben muy bien lo que están diciendo incluso cuando parece que se están tirando a la piscina. Nadie les llevará a la trena directamente desde el escenario, como hicieron con Morrison, o con Jenny Bruce, aunque estoy seguro que a Bono le habría encantado. Aún con todo su arsenal ideológico a cuestas, U2 son un grupo perfectamente asumible por el establishment.

Infección electroteísta

Claro que, si en el 77 se produce la revolución punk, una década después estalla la del epicureismo ácido, pero cargado ideológicamente en mucha mayor medida que la primera era disco. Esta vez la revolución no consiste en transformar el mundo sino en crear uno completamente paralelo, el socialismo queda convertido en algo pacato en relación con el asocialismo que se vive en cualquier rave. Y, al igual que Dylan flipó la primera vez que escuchó una canción suya en la radio con arreglos pop, Bono y The Edge debieron darse cuenta de que necesitaban un nuevo vehículo para sus soflamas la primera vez que escucharon una remezcla suya no autorizada en cualquier antro para alter-estrellas tipo Viper Room. El caso es que de ahí salen primero un híbrido como Achtung Baby y, ya con todas las consecuencias, Zooropa y Pop, tres discos estupendos en su tiempo pero hoy creo que bastante prescindibles. De nuevo, eso sí, dejan una estela de singles bastante impactante pero que, salvo “Discotheque”, resultan difíciles de programar hoy en día. Con aquella triada, los irlandeses salvaron los muebles y su reputación, pero por primera vez se dejaron llevar, aunque supieron compensarlo con algunas de las mejores giras de la década de los noventa. Espectáculos que volvieron a resucitar los tiempos de Pink Floyd pero con una estética completamente nueva y contemporánea. Les vi en el Vicente Calderón y, pese a mis aprehensiones y prejuicios, al pestazo a estereotipo y a lo mil veces ensayado para dar impresión de improvisado, me lo pasé pipa. Sí señor, los tipos tenían en la mano todos los resortes del espectáculo. Y eso es algo que han sabido manejar muy bien; aún hoy, un concierto de U2 empieza a generar noticias mucho antes, cuando ellos salen a tocar encima de un camión y en las calles se montan colas kilométricas para arrasar con las entradas. Todo es tan apoteósico y tan epidérmico con tanda antelación, y tan apabullante en escena, que, cuando llega el concierto, nadie tiene capacidad de reacción para juzgar o criticar.

Previsores, supieron desmontar su parafernalia kitsch a tiempo como para no acabar convertidos en un mero concepto, como les ha pasado a Pet Shop Boys en los últimos años. En el último lustro, han sabido administrar muy bien su pasado y su talento para, sin hacer nada especialmente reseñable, conservar su posición de privilegio. All That You Can’t Leave Behind y How To Dismantle An Atomic Bomb son dos discos que no han podido rentabilizar tanto como se esperaba el hecho de suponer una vuelta al auténtico sonido U2, y se han solapado con tres recopilatorios de éxitos, el más reciente este U218 Singles que viene escoltado con el ya mentado contubernio anti-Bush junto a los soberanos del wealthy-punk, Green Day. La verdad es que en U218 Singles creo que está todo lo que necesitas tener de U2, y todo lo que está en condiciones de ofrecer. Me dan ganas de quedarme con el e ir a una tienda de segunda mano y deshacerme de todo el lastre que suponen los viejos vinilos, pero en el fondo les tengo, he de admitirlo, cierto cariño. Buenos, o malos, al final la mayoría de sus canciones han empapado gran parte de mi vida, y si en ellos había mucho de impostado, en mis actos también lo hubo. Al fin y al cabo, a ellos y a mi -cada uno, a nuestro nivel, claro- no se nos puede acusar de otra cosa que de ser unos adolescentes venidos a más, y de seguir explotándolo hasta el final.



Scans cortesía de U2 Eastlink