Traducción: Carlos Pérez de Ziriza
Publicado en: Revista EFE EME
Con los rugidos y los aplausos todavía resonando en el aire, una puerta de metal se abre y ocho vehículos negros aterrizan sobre una rampa de asfalto y más tarde sobre la gran calzada. Pasamos a través de señales de STOP con nuestra escolta de motocicletas, saludados por la policía. Aceleramos sobre puentes urbanos y nos metemos por túneles, con las luces de neón centellando en el retrovisor y el sonido amplificado de la lluvia. Es como una fantasía adolescente, con un cruce entre “The Italian Job” y “Miami Vice”. Es completamente absurdo y realmente excitante a la vez. U2 están pegándose una buena carrera. Del pabellón de básquet de Boston al aeropuerto en sólo seis minutos. “Creo que es un tiempo fantástico -confirma The Edge-. Aun así es mejor que Barcelona, en donde conducen a una velocidad que te hace temer por tu vida. Y mejor que Italia, en donde la policía golpea tu techo con las porras”. Mejor también que Francia, donde parece todo muy relajado. The Edge seca el vaho del cristal de la ventana del vehículo y curiosea a través de él, hacia las luces de la calle. Se encoge de hombros en forma consciente, como si supiera que todo esto es ridículo, pero es la única forma práctica en la que puede funcionar. “Hasta cierto punto puede calibrar el grado de afecto de cada ciudad por la calidad del recibimiento que te dispensan”, añade profesionalmente. “Y siempre hemos tenido una asombrosa conexión con Boston a lo largo de los años. Siempre nos han tratado bien y cuidado de nosotros”, Dave Evans ha vivido así durante casi 30 años, una etapa de creación, grabación y actuaciones en vivo que comenzó cuando tenía 17 años. No ha conocido otra vida. Y durante los últimos 20 años ha funcionado a ese nivel, viajando con un equipo de tres técnicos y una tripulación de 60 personas para tratar de recrear tan fielmente como le sea posible la música que crea en el estudio. Nacido en Essex en el seno de una familia galesa, se mudó al norte de Dublín en una edad en la que sufría una “enorme crisis de identidad”, ahora tiene 44 años, es padre de tres hijas, las tres que tuvo con su primera novia, y otros dos hijos fruto de su relación con su segunda mujer, quien fuera en su momento la encargada de diseñar la coreografía de la banda. Ha ayudado a mantener la fórmula de una banda que vende discos y entradas para conciertos en los rincones más recónditos del planeta. Es el héroe oculta que orquesta el sonido de la más exitosa de rock and roll de nuestro tiempo, un grupo que no oculta los vínculos que arrastran sus miembros desde los tiempos en los que todos iban aún a la escuela. “Bono aún esta hambriento de hacer cosas, y ese es el motivo por el cual la banda ha permanecido tantos años en activo”, me comenta el hermano de The Edge, Dick Evans. “Bono cumple con su parte y eso es fundamental, pero ninguno de ellos juega un papel tan esencial como mi hermano. The Edge es básicamente como el centro e operaciones, trabajando todo el día en el estudio para conseguir que los discos salgan adelante. No lo harían si no fuera por él”.
El convoy llega a un alto en las inmediaciones del aeropuerto de Logan destinadas a los propietarios de aviones privados. A espaldas del resto de aviones allí situados, hay un Airbus de 60 plazas engalanado con el logotipo violeta y naranja del Vertigo Tour y el logo de los cuatro hijos adoptivos de la ciudad. Los cuatro miembros de la banda pasan a través del cordón de seguridad. El resto de nosotros pasamos nuestras bolsas por el escáner. Más tarde subimos al avión y nos adentramos en el cielo. Norteamérica ha adoptado a U2, y en pocos sitios se puede apreciar eso más que en la ciudad que acabamos de dejar atrás. En un país que aún está buscando sus raíces y que es consciente de su corta historia, hay mucha gente que acaba aceptando su noción de descendencia irlandesa, de hecho, desde el éxito de la banda sonora de Titanic, es complicado encontrar una película cuyo andamiaje emocional no se sostenga sobre el sonido de una gaita o un bodhran. Boston tiene la más alta concentración de inmigrantes en los Estados Unidos, y una población estudiante de casi 400.000 personas, y fueron las emisoras universitarias de la Costa Este las que primero se fijaron en la música de U2, allá por 1981.
En el extremo más lejano de la cortina que separa a la banda del resto de la tripulación del avión, The Edge y un servidor hemos abierto un par de botellas de vino Merlot. Mientras, él rememora una noche actuando en un bar de Boston ante tan solo 300 personas, haciendo de teloneros en que el set de U2 hubo terminado, toda la audiencia abandonó el local sin siquiera esperar al grupo principal. Estaban conquistando Norteamérica desde el underground, bajo los radares.
25 años más tarde, esas mismas 300 personas estaban a buen seguro prestas a volver a verlos, con la “pequeña” salvedad de que en esta ocasión se habían traído a 19.700 amigos. El clamor que se encargó de recibir a U2 en el recinto bostoniano fue definitorio, especialmente de parte del sector irlandés del público. Alguien entre la multitud agitó una bandera con el slogan “God’s Country”. Otro se acercó al escenario para darle a The Edge su camiseta verde de los Celtics hasta que éste se la probó, mientras el cantante sobrepasaba los límites del escenario para adentrarse en el pasillo entre el público. Bono se giró, sorprendido: “Bonita camiseta, The Edge”. Luego se giró hacia la audiencia: “Qué grande es volver a estar aquí con nuestra tribu”.
Los grupos encargados de tocar esta noche antes que ellos son Franz Ferdinand, Modest Mouse, The Killers, The White Stripes y, finalmente, The Arcade Fire, que telonearán a U2 en la manga canadiense de su gira. U2 arrancan con “City Of Blinding Lights” y “Vertigo”, enfrente de algo que parece una gigantesca y transparente ducha armada sobre colores artificiales fresa, limonada, lima, limón irradiando pulsaciones como si de un corazón se tratara. Los nuevos singles facturados durante la tercera década de su carrera son normalmente acogidos con aplausos educados y algo comedidos o, en los Estados Unidos, con gritos de “tocad algo antiguo”, pero aun así se la han apañado para estar todavía considerados como un grupo contemporáneo.
E inteligentemente diseminada entre su propia música hay pequeños fragmentos de grandes himnos americanos y canciones de folk que The Edge se encarga de introducir sin que el sentimiento global se desvirtúe, como “Ol’ Man River”, “The Black Hills Of Dakota”, “Send In The Clowns”, “Many Rivers To Cross”, Blackbird” y “Across The Universe”, así como “When Johnny Comes Marching Home”, metida con calzador en medio de “Bullet The Blue Sky”.
Cada noche hay un entretenido drama que se articula sobre el inescrutable arco de la banda. Mientras The Edge tocan unas notas que parecen salidas de “Encuentros en la tercera fase”, Bono se acerca al micro: “Este es el mismo sonido que la nave espacial de The Edge hizo cuando aterrizó al norte de Dublín. Adam, Larry y yo nos lo quedamos mirando fijamente. Una puerta se abrió y de allí salió este hombre, de aspecto absolutamente sorprendente. Larry dijo: ¿Quién eres?, y el replicó: Soy The Edge. Y Adam dijo: ¿De dónde eres? Y entonces el contestó: Del futuro. Y yo le dije; ¿Y cómo es? Y el me contesto: ¡Es mejor!”.
Media hora más tarde llega la suprema pieza de teatro. Bono pide a la gente que eleve sus teléfonos móviles para ayudar a la campaña de erradicación de la deuda del tercer mundo. Se puede comprobar el destello de miles de luces azules a lo largo y ancho de todo el estadio. Todo el mundo parece fascinado. “The Edge -se pregunta Bono ante miles de almas con los teléfonos encendidos-, ¿es ésta tu galaxia?”.
The Edge se ríe de todo ello más tarde en el avión. “Tengo una cierta inclinación por todo lo que tenga relación con la tecnología. Estoy más cómodo con ella que el resto del grupo. Ése es mi rol. Pero el grupo se basa siempre en la suma de cuatro individuos y de lo que cada uno puede aportar. Hay una tendencia en la gente en sobrevalorar su propia importancia y minusvalorar la de los demás, el mundo está hecho así, no se puede negar. Somos una familia. Bono y yo compramos una casa juntos hace como diez años en el sur de Francia y Adam y Larry acabaron comprándosela también en la misma zona. En parte es una decisión bastante práctica, y en parte también es porque queremos seguir teniendo la oportunidad de quedar y salir a tomar algo todos juntos. Voy a fiestas con ellos y aunque haya más gente, termino siempre en una esquina hablando con ellos. Es extraño, realmente extraño. Tengo otros amigos a los que puedo contar entre mis amistades más cercanas. No estoy diciendo que sean mis únicos amigos, sino más bien que ellos son mis mejores amigos”.
Cuando el guitarrista está a punto de abordar el tema de cómo esta combinación de personalidades ha sobrevivido casi 30 años, hasta convertirse en la formación estable e inalterable más larga de la historia, estamos ya a punto de acabarnos el vino rosado. A punto de llegar al aeropuerto de La Guardia y ser recogidos por una caravana de trece vehículos que nos llevarán a Manhattan para una aparición televisiva en la que el guitarrista jugará un papel fundamental. La tarde siguiente, The Edge se encuentra en un apartamento en la duodécima planta de un edificio del Soho, removiendo con la cucharilla un té helado y echando una ojeada al panorama de Nueva Jersey en su ventana. Es un tipo que resulta ser una buena compañía -pensativo, bastante serio y en ocasiones incluso un poco seco-, “de lo que estoy más orgulloso es de mi humildad”, me comenta en un momento determinado. Sus frases perfectamente construidas y acabadas se contradice de alguna forma con la intensa energía que hay que mantener para manejar el gigantesco operativo de sonido reproducido sobre el escenario, con el único sostén de un trío instrumental y un cantante.
Sorprendentemente, para alguien tan técnico, son algunas personas fundamentales -y no los acontecimientos o lo discos- los que constituyen los elementos claves de la historia del grupo. Él recuerda a una Adam Clayton de tan sólo 17 años (como primer manager de la banda) telefoneando a Phil Lynott a las dos de la madrugada para pedirle consejo acerca de cómo asegurar un contrato discográfico, agradeciéndole de paso que éste no le hubiera colgado el teléfono.
También recuerda a Nick “El Capitán” Stewart, jefe de A&R de Island Records, quien contrató a la banda en 1980, después de que todas las otras grandes compañías los hubieran rechazado. Era un momento en que la banda se había gastado un montón de dinero en algunos conciertos en Londres, y habían vueltos “completamente desalentados” para darse una última oportunidad, con The Edge seriamente pensando en dejarlo para meterse en la universidad y preparar un doctorado. La banda tomó el enorme riesgo de alquilar una sala de Dublín para 1.200 personas, llamada “The Boxing Stadium”, “porque Thin Lizzy tocaron una vez allí”, anunciando el concierto como “un triunfante regreso a casa”. “Sí que fue un regreso a casa, pero tuvo bastante poco de triunfante”. Aun así, regalando cientos de entradas, se las apañaron como pudieron para reunir a 1.000 espectadores, y la inmediata impresión de Stewart fue la de una banda que estaba no en vías de ir avanzando poco a poco, sino más bien comenzando a tomar directamente el vuelo. Antes de eso, todo había supuesto un enorme esfuerzo. The Edge había conocido a los otros tres miembros cuando Mullen, con solo 14 años, había colocado un cartel en la escuela Mount Temple de Dublín buscando gente para formar un grupo. Ensayaron por primera vez en la cocina de los padres del baterista, exactamente hace 29 años, con varios miembros adicionales, entre ellos el hermano de The Edge, Dik, quien más tarde formaría “The Virgen Prunes”. “Recuerdo aquella cocina”, comenta Dik, “con The Edge tratando de ver cómo poner en marcha los amplificadores. Larry tiene una cinta en la que tocamos “Don’t Believe A World”, de Thin Lizzy, es un club juvenil. Debe andar perdida en algún baúl por algún lugar. Y puede que también tocáramos el “Show Me The Way” de Peter Frampton. Adam le iba diciendo a todo el mundo que Judast Priest eran muy grandes, pero no creo que consiguiera convencer a nadie.
Muchas bandas tienen esa creencia casi mítica, de que simplemente empuñas una guitarra y las cosas comienzan a caer como fruta madura, pero ellas eran realmente ambiciosos y se lo trabajaban a fondo para llegar a ello. Hay un momento en la película “Rattle And Hum” en que se les ve yendo al backstage y teniendo una conversación en equipo, como hacen los equipos de fútbol, y eso es lo que a ellos les gusta. “Éramos tan ingenuos -admite The Edge-. No teníamos idea de nada. Todos aún íbamos vestidos por nuestras madres en aquella época, con 15 o 16 años. Nos pasábamos el día hablando de todo, y creo que eso no ha cambiado, de hecho”.
“La primera vez que vi a The Edge fue en el pasillo verde del Mount Temple School -recuerda Bono-, era como un indio apache. Era fan de Neil Young y sabía tocar “Needle And The Damage Done” mejor que nadie, o así me lo parecía a mí”. The Edge había escrito algunas canciones, entre ellas “Cartoon World” y “Life In A Distant Planet” y había empezado ya a tocarlas en directo, junto con la primera composición de Bono, “Alone In The Light”, y un tema compuesto al alimón por todo el grupo, “Shadows And Tall Trees”. Lo que realmente creó un vínculo tan fuerte entre ellos fue la creencia de que el rock and roll de la generación precedente había perdido toda la relevancia y capacidad para conectar con el público. Estaba estancado en su propia creencia de importancia, en su auto indulgencia. Como remarca The Edge, “No tienes por qué ser Emerson Lake And Palmer”. La banda y la audiencia son prácticamente las mismas y no debería haber distinciones. Si encuentras gente con la actitud correcta, deberías ser capaz de dar con la clave de todo eso. Y si estas sobre un escenario, lo mejor es que tengas algo realmente importante que decir”.
Desde que ganaron un concurso de nuevos talentos en Limerick en 1978, U2 irradiaron una poderosa sensación de salvaje y poco ortodoxa confianza en sí mismos. Y funcionó. Ellos no eran como el resto de los grupos. Toda esa mitología les precedió en sus días primerizos. Un día de finales de 1981, recuerdo entrevistarles cuando estaban presentando las canciones de su segundo álbum, “October”. Justo al contrario que muchos guitarristas de aquella época, The Edge era más bien discreto o increíblemente tímido, y sufría horrores por la acústica de un pabellón deportivo con media entrada en Bracknell, Surrey. Aún tenía 20 años. Uno de los puntos de inflexión en su trayectoria había sido su aparición en Lyceum Ballroom de Londres teloneando a Echo And The Bunnymen y The Teardrop Explodes. Yo mismo también estaba en el público. Desesperado por hacerse notar por encima de los menos teatrales Bunnymen, Bono se había subido a una de los baffles al costado del escenario partiéndose su pantalón de imitación de cuero en el intento. “¿Realmente necesitamos otro Rod Stewart?”, se preguntaba el New Musical Express. “Me acuerdo de aquello perfectamente -admite The Edge-, las cosas no iban por el buen camino. A Bono simplemente se le fue la cabeza y se puso en ese plan, pero la escena cool de Londres pensó que aquello era cualquier cosa menos cool. En lugar e tomarla como él, la tomó como todo el grupo en conjunto, y no se puede decir que saliéramos muy bien parados. Pero hubo mucha gente, aun así, que se dejó llevar y se impresionó con nuestra actuación, más que nada por su intensidad. Hubo aquella noche un cierto brillo en todos nosotros en que todo saliera lo mejor posible”.
¿Fue aquello un esfuerzo competitivo, como una banda irlandesa tratando de ganarse una base de fans en el Reino Unido? “No se trataba de decir tenemos que superar a estos tíos. Más bien era tratar de preguntarnos si podíamos igualar la calidad de su sonido. Habíamos escuchado el material tan bueno que habían editado, como “Crocodiles" de los Bunnymen -un gran álbum- “Kilimanjaro” de los Teardrops -otro gran álbum-, y el primero de The Skids. The Skids nos había inspirado en cierta forma. Y The Associates y Simple Minds. En aquel tiempo les admirábamos, de verdad. Jim Kerr, Stuar Adamson, todos estábamos viviendo el mismo tipod e vidas en nuestros barrios, viendo a The Jam en el Top Of The Pops y pensando: ¡Nosotros podemos hacer esto!”.
Es curioso cuando uno se para a pensar en la escala de ambición de U2. La generación de los Stones había hecho muchos temas y canciones diseñadas para bares de blues, a los que más tarde había adaptado al emergente circuito de estadios de los años 70. Pero la música de U2 parecía estar tallada a la medida de los grandes recintos desde un principio. “Bueno, no creo que fuera algo conciente, lo que ocurre es que no nuestra música no se marca un techo sobre sí misma. No estaba inspirada por la mentalidad de los blues de antaño, venía de un sitio diferente. Amo todo lo que los Stones hacen, pero es una estética completamente distinta. No es eso sobre lo que nosotros trabajamos. Trabajamos sobre nuestos propios principios y capacidades y en ese sentido creo que intentamos hacerlo todo directo y simple”. Pero el truco debe estar en crear una sensación de intimidad incluso en un espacio enorme. “Bueno, he visto a bandas tocando en pequeñas salas que eran incapaces de comunicarse con el público, y espectáculos en grandes estadios en los que todo el mundo se sentía unido, así que no creo que dependa del tamaño del recinto. Tiene más bien que ver con las canciones. Vi a Bob Marley en el Dalymount Park, en Dublín, en el 79, creo que era su última gira, y fue completamente inenarrable. He visto a Springsteen un par de veces y ha sido increíble, esa conexión que él siempre ha sido capaz de crear. Nunca vi a The Clash en un gran concierto pero ellos eran una de las mejores bandas en directo de todos los tiempos, al igual que puede decirse de Stiff Little Fingers. Vi también a The Waterboys en el Top Hat, en Don Laoghaire, más o menos en los tiempos de “The Whole Of The Moon”, una de esas noches en las que todo sale a pedir de boca, ¡la intención de comunicarse con el público y llegar a él! Mike Scott tenía un gran talento. No se trata de ser cool, ni de mantener una exquisitez técnica tocando. Todo lo que me llevó a conseguir el instinto que se requiere para hacer un gran concierto es la convicción que no debe un solo momento aburrido en toda la noche. Comenzamos a sentir eso en nuestra primera gira americana, teloneando a The J. Geils Band. Peter Wolf había venido a vernos a Boston, como sabes. El punk rock no había llegado todavía hasta Carolina del Norte, donde comenzamos la gira, y el promotor, antes de comenzar nos dijo: “Chicos, no lo tomen como algo personal, no se enfaden, estas cosas pasan a veces con los teloneros”. Tuvimos a Tom Petty and The Heartbreakers abriendo para Bob Seger hace como seis meses y Tom tuvo que abandonar el escenario a causa del lanzamiento de botellas que sufrió. Y entonces nosotros, nos dijimos: ¡ookeey!. Ya la noche del concierto, y de pura casualidad, The J. Geils Band tenían una cortina instalada justo detrás, enfrente del escenario, con el logo impreso de su último álbum, “Freeze Frame”. Para que nosotros pudiéramos tocar, tenían que levantar aquella cortina. Mucha gente no sabía que tocaríamos nosotros antes que ellos como teloneros, todo parecía indicar que el grupo principal estuviera directamente a punto de salir. Todo el mundo estaba ya gritando. No esperamos ni medio segundo a que la gente se diera cuenta de que no éramos la J. Geils Band, simplemente encajamos los aplausos como propios. ¡Sí, hemos vuelto!, dijimos y nos fuimos a por ello. Nos marcamos un auténtico farol, todo un órdago, pero nos salió bien. Reventamos aquello, y desde entonces tuvimos bises todas las noches. Y era, de acuerdo, puro teatro. Springsteen hace teatro. Y Jimi Hendrix hacía teatro. Y The Clash. Pero si todo se redujera sólo a eso se perdería todo el encanto. Un riesgo, un peligro. Una interacción entre quien toca y quien escucha”.
¿Y cómo hace U2 para escribir las canciones? “Tienes que aceptar que las nuevas generaciones son las que reafirman su identidad al mismo tiempo que rechazan a la generación previa, eso es parte del ciclo vital. Pero al final continuas escribiendo con la esperanza de acercarte a lo que tú entiendes por la mejor canción del mundo”. ¿Y cuál sería esa para ti? “Hay cosas diferentes para momentos diferentes. Siempre hemos tenido a gente muy dispar en nuestra cabeza. Pudiera ser Bob Marley. O John Lennon. O puede que The Clash. Al principio puede que fueran The Fall, los Bunnymen, Magazine. Todas esas influecncias están ahí en el fondo de tu cabeza cuando estás trabajando en algo, y al final de alguna forma te afloran a la superficie. Pero nunca hemos puesto nada en ninguna de nuestras canciones por el hecho de que nos recordara a alguien en concreto. Al final tiene que ser algo único. Solía pensar, al principio, que “Out Of Control” sonaba un poco a The Skids, pero al final sonaban más como nosotros. Sobre “Running To Stand Still”, me preocupaba que sonara demasiado a Lou Reed. Sobre la primera versión de “One”, que trabajé sólo con guitarra acústica y piano, pensé en un primer momento que sonaba mucho a John Lennon. Todo el mundo me decía que tendría que hacer algo con ella, desecharla o algo así. Entonces Brian (Eno) y Danny (Lanois, co-productores) vinieron y le dieron un pequeño giro, y yo le metí la parte de la guitarra eléctrica”. “La cambié un poco -recuerda Lanois-, y le añadí esa línea de guitarra Les Paul que parece un mantra, un pequeño riff que luego utilicé en el “Can’t Wait On” de Dylan, de su Time Out Of Mind. The Edge es lo suficientemente inteligente como para aceptar ideas que lleguen de otras partes del estudio. Hace falta ser una gran persona para aceptar eso. Para Brian Eno es todo un cerebro y yo tengo un gran corazón, y corazón y alma son el par de cosas sobre las que U2 se basan para crear. Yo le grita a The Edge ¡eso está bien, eso no, haz eso otra vez!, y Bono agitaba sus brazos, como suele hacer. Tenían un buen número de bonitas canciones basadas en la repetición de cuatro acordes, pero él es un maestro de los riffs, es como el cerebro en la sombra, se encarga de que todo ocurra de forma armónica”.
“Yo les dije a ambos: vamos a acabar con esto de una vez -recuerda The Edge-, y nos pusimos manos a la obra en el estudio principal de Hansa, aquel fantástico estudio de los años 20, enorme, en donde Bowie grabó Low y donde Nick Cave también había grabado. Los cuatro nos pusimos, yo comencé a tocar las cuerdas, Bono pilló el micrófono, y se le ocurrió la idea del coro para “One” en la primera improvisación, y consiguió un excepcional sentimiento de emoción. ¡La teníamos ya hecha en tres horas! Nos dio una sensación de alivio muy grande, porque hasta ese momento, las sesiones para aquel álbum habían sido increíblemente improductivas. Yo trataba de introducir ese elemento dance que tenían los Stone Roses, pero Larry y Adam estaba escépticos”.
“Al final de todo, si el rock and roll va a seguir aquí durante los próximos 500 años, será porque la gente siga escribiendo grandes canciones. Mucha gente piensa que, por ejemplo, Bob Dylan, no está capacitado para hacer temas de la misma calidad que en los 60, pero yo discrepo. Nosotros somos una banda que está aún aprendiendo tras 25 años, y eso está bien”.
En un pasillo del Madison Square Garden, el walkie talkie de uno de los encargados de la producción comienza a echar chispas. “Naomi Campbell está por aquí y quiere algo de comer, ¡llevale algo rápido al Nivel 5!. La pequeña fiesta privada tras el concierto neoyorquino, que se desarrolla en el susodicho Nivel 5, está en pleno apogeo cuando nosotros llegamos, Paul McGuiness está haciendo su trabajo. Es impensable que U2 hubiera llegado algún día a donde están sin gente como él. A nuestra derecha están los hijos mayores de Bono, Jordan (16) y Memphis Eve (14) que se han acercado hasta Nueva York para ver sus conciertos. Y a nuestra izquierda, como otra señal de la estratosfera en la que la banda continúa sumida, está una de las fans más fieles de la banda, nada menos que Chelsie Clinton, la hija del ex presidente de los Estados Unidos. McGuiness está aún disculpándose por su, aparentemente perdonable, traspié al haberla saludado con un efusivo “¡Hola Hillary!”. “No te preocupes”, le dijo ella, “a mi abuela siempre le pasa lo mismo”. La relación de la banda con Clinton viene de muy lejos, de hecho Bono, en cierta ocasión, entrevistó al reelegido presidente en un programa de radio de la Costa Oeste.
La persona menos acelerada de la fiesta tendría en realidad todo el derecho a ser la que más la estuviera: él es el guitarrista cuya situación sobre el escenario es tan preocupante como para pedirle a los integrantes del staff de la gira que enciendan la luz del recinto un par de veces por noche para, al menos, “tener una sensación aproximada de cómo es y qué apariencia tiene el lugar”. Acaba de tocar en un pabellón enorme en el que los días precedentes al concierto se solía jugar al hockey sobre hielo, y aún le quedan cuatro noches más. Callado y contenido, The Edge hecha un vistazo por la ventana, sentándose luego con un vaso de vino tinto en la mano, dando la espalda a la ventana, con una camiseta para la ocasión y un sempiterno gorro de lana, del que uno se pregunta si alguna vez se desprende de él. “Estuve sin gorro durante la gira de Popmart y, sí, la pérdida del cabello tuvo algo que ver con eso. Muchos músicos acaban rapándose la cabeza, pero a mí me gusta cómo me queda con el gorro, así que se ha convertido en algo así como una marca registrada”. Más tarde habla sobre la partitura musical de Spiderman que esta escribiendo con Bono, cuyo estreno está planificado para dentro de un par de años en Broadway. Y también habla sobre su mujer y cómo ella le acusa de estar un poco inaguantable durante el primer mes tras salir de gira. A las ocho en punto de cada noche él recibe su tremendo subidón de adrenalina; de hecho ni siquiera puede escuchar el “Wake Up” de Arcade Fire sin sentir el pánico ciego de que en tres minutos él mismo tiene que estar sobre el escenario. Pero, fundamentalmente, habla de su relación con otros tres chicos de la escuela de Mount Temple y sobre la suerte, trabajo duro y delicadas negociaciones que han permitido que esa relación sobreviviera. “No estoy siempre de acuerdo necesariamente con todo lo que Bono hace, pero tiene que aceptar que cada persona tiene sus opiniones particulares. No nos gusta siempre todo lo que los demás miembros del grupo hacen, pero es el compromiso mutuo el que acaba haciendo su trabajo. Nadie ha traicionado nunca ese compromiso inicial con el grupo. Todo giura alrededor de las canciones. Si todo esto es algo grande, es grande a pesar de nosotros, y no por nosotros. Honestamente, aún pienso en nosotros como cuatro tipos normales del norte de Dublín”.
Los otros tres tipos se emocionan un poco cuando son requeridos para arrojar algo de luz sobre su compañero. “Desde que conozco a The Edge, siempre ha tenido cualidades extraordinarias como persona”, comenta Adam. “En cerca de 30 años -dice Larry-, nunca he aprendido a minusvalorarle. A ningún nivel. Su permanente búsqueda de la canción perfecta, del sonido perfecto, de la idea perfecta. Tiene un buen puñado de cualidades a las que yo aspiro”. Por último, Bono deja caer un pedazo de poesía no exento de alguna zorruna maldad: “Bajo la calma y la maestría de arpegios y perfectamente escogidas notas de cristal, hay una rabia, una cara explosiva, que he tenido la ocasión de comprobar de cerca en más de una ocasión. Nunca trates de luchar con un hombre que se gana la vida a través de una perfecta labor de coordinación, nota por nota”.