Desde sus comienzos en un colectivo cristiano hasta las conversaciones de Bono con Clinton y Bush, pasando por sus días punk de los setenta y la cima del rock épico de ‘The Joshua tree’ en los ochenta. En el libro ‘U2 por U2’, los miembros del grupo irlandés dicen todo lo que tienen que decir. En primera persona.U2 nunca ha sido un grupo opaco: con la excepción de Larry Mullen Jr., el baterista retraído, estos irlandeses se prestan con deleite a las entrevistas. En el caso del cantante, su dublinés gift of the gab (don del pico) se acerca al arte: Bono es sencillamente un maestro de la palabra hablada. Además, han vivido bajo los focos desde hace casi 30 años, jugando valientemente con su imagen. Así que quien se haya tomado el trabajo de leer algunos de los numerosos libros sobre el cuarteto tiene una visión más que completa de su trayectoria y hasta de sus intimidades. Bien, U2 by U2 cuenta la misma historia, pero desde dentro y sin pudores. Se trata de un ejercicio de introspección a cinco voces: los cuatro músicos más Paul McGuiness, su representante, son los únicos que hablan en un texto torrencial, organizado por el periodista Neil McCormick. Ellos, con un potente respaldo gráfico, cuentan los antecedentes y la evolución de la banda.
Conviene recalcar lo improbable de su triunfo. En 1976, cuando empezaron a funcionar, Irlanda no era la potencia musical (y económica) de tiempos recientes. Se trataba de un país culturalmente acomplejado y limitado en libertades. A los cuatro miembros de U2 les salvó el contar con padres tolerantes, que incluso supieron poner dinero cuando los chicos necesitaban dar algún paso adelante en su pasión. También destacaban por su desfachatez.
Bono recuerda cómo se agenciaron su primera actuación en la televisión estatal: “Tocamos Glad to see you go, de los Ramones, y el tipo dijo: ‘Impresionante. ¿La habéis escrito vosotros?’. Y yo respondí: ‘Sí’. Hicimos otra de los Ramones y se repitió el diálogo. Así conseguimos el bolo y cuando llegamos al estudio de televisión tocamos nuestras propias canciones. No se dieron ni cuenta”.
Les había mordido el perro del punk-rock. Adam Clayton, el bajista, pasó el verano de 1977 trabajando en un mercado londinense y se volvió a Dublín con discos frescos. The Edge, guitarrista, explica la herejía que suponía escuchar a Patti Smith en la Irlanda ultracatólica: “La música de Patti mostraba un aspecto agresivo, pero la poesía de sus letras marcaba la diferencia. El punk tenía toda la rabia pero nada de la poesía. Aquel disco me gustaba tanto que quería ponérselo a todo el mundo, así que invité a un amigo que no era muy musical. Escuchamos Gloria y al oír lo de “Jesucristo murió por los pecados de alguien, pero no por los míos”, me miró y me dijo: ‘¡Tío, esto me pone enfermo!’. Le pareció demasiado fuerte que aquella criatura extraña y de sexualidad ambivalente vomitara letras que ponían a prueba su fe”.
Ellos compatibilizaban su aprendizaje musical con la militancia cristiana, en el seno del colectivo Shalom. Bono lo explica: “Eran una comunidad como no habíamos visto nunca antes. Vivían en la calle como cristianos del siglo I. Estaban convencidos de que se producían milagros a diario y transitaban el camino de la fe”. Para el guitarrista The Edge: “Era maravilloso pasar el rato leyendo las Sagradas Escrituras e investigar aspectos de la cristiandad y su significado. Posteriormente, descubrimos que el movimiento rasta demostraba una fascinación similar por las Escrituras. Nosotros hacíamos lo mismo, pero sin fumar hierba”.
Shalom no toleraba un cristianismo a tiempo parcial. A los miembros de U2, en 1981 ya una banda de primera fila, no se les eximía de las reuniones. Las presiones fueron brutales y dos de ellos decidieron que su búsqueda espiritual tenía prioridad. Bono: “Edge dejó la banda. Pero no se lo comunicó a todos, sólo a mí, y yo no quería estar en la banda sin él. Me dijo: ‘Lo que estamos haciendo es genial, pero ahí fuera hay otro mundo y yo quiero formar parte de él. Y el verdadero remedio a los males del mundo no está en una banda de pospunk-rock, sino en el desarrollo espiritual de uno mismo, en encontrar tu lugar y el objeto que Dios dio a tu vida’. En ese momento, Edge sentía que no podía servir a Dios y al hombre. Decidí que yo tampoco, así que nos fuimos los dos”.
La crisis fue resuelta por McGuiness con una andanada de sentido común: “Mirad, francamente, si Dios tenía que decir algo sobre esta gira debía haber levantado la mano un poquito antes porque hemos contratado a una enorme tropa y nos hemos comprometido con mucha gente y, desde mi punto de vista, debemos cumplir con ellos”. U2 aceptó el razonamiento; Bono lo consideró un triunfo: “Lo estábamos llevando todo al extremo para demostrar que no nos dejábamos comprar por la ambición. Casi desmontamos el grupo, pero, a la vez, lo recuperamos con más fuerza: iremos donde tengamos que ir. Romperemos las leyes de la modernidad. Seremos tan emocionalmente claros como sea necesario para ser sinceros”.
El mundo que les abrazaba también podía malinterpretar sus intenciones. Por ejemplo, en la carátula del disco Boy iba un retrato del hermano menor de un amigo. Bono: “Una cara de niño sobre fondo blanco, como una fotografía que no se ha acabado de revelar, que es una magnífica metáfora. Sentía que era un tema que nadie antes había explorado en el mundo del rock and roll: el final de la angustia de la adolescencia, el carácter esquivo de la condición masculina, la sexualidad, la espiritualidad, la amistad. Ese disco tuvo una gran acogida entre los homosexuales. Entonces no lo comprendí, pero ahora miro atrás y veo que puede leerse en clave de homoerotismo: ‘Entre las sombras, el chico encuentra al hombre”. De hecho, el temor a las insinuaciones de pedofilia determinó que en Estados Unidos se cambiara la portada por una foto del cuarteto.
U2 se lanzó a Estados Unidos como un pato al agua. En U2 by U2 evocan el impacto al llegar a Nueva York: Edge estuvo en un tris de quedarse sin sus guitarras, que había dejado en la acera mientras iba a registrarse al hotel. Bono también sufrió un shock: “No quería volver al hotel porque dejaba de ver cosas, así que salía y seguía investigando. Cuando el color negro de mi abrigo de piel falsa empezaba a blanquear por la nieve, un caballero paró su coche a mi lado y me ofreció sexo. Volví corriendo al hotel y les conté a todos lo que me había pasado. Me miraron como diciendo: ‘¿Y qué esperabas? ¡Llevas un puto abrigo de piel, maricón!’. Todavía no me he acostumbrado a Nueva York. Cada vez que voy tengo que respirar profundamente. Nadie habla en un volumen normal: los taxistas, la gente de los restaurantes… Hay en la ciudad una energía tercermundista”.
El enamoramiento por la cultura estadounidense, reflejado en el documental Rattle and hum, fue la consecuencia de minuciosas giras por aquel inmenso territorio a bordo de autobuses alquilados a cantantes de country. The Edge cuenta cómo se les cayó la venda de los ojos: “Atravesábamos Estados en los que no se vendía alcohol, algo que sacaba de quicio a dublineses como nosotros. Hay cosas que uno ignora: en otro condado, y en cada esquina, aparecían carteles anunciando cohetes y petardos. Y es que en muchas zonas de América los elementos pirotécnicos son ilegales. Allí conviven cientos de culturas diferentes. La homogeneización americana de que tanto se burlan los europeos es, curiosamente, una celebración de lo contrario. Se trata del éxito de poder encontrar un punto en común entre tantas entidades étnicas, religiosas y geográficas diferentes. Uno de los mayores aciertos de McGuiness fue darse cuenta de que para triunfar en América necesitábamos, más que nada, estar allí y ver todos aquellos lugares. Realmente, empezamos desde abajo. La primera vez que tocamos en Tejas fuimos teloneros de un concurso de Miss Camiseta Mojada en un bar horrible, anexo a unos grandes almacenes de Houston”.
La adaptación a Estados Unidos fue facilitada por la acogida fraternal que les dispensaron artistas emblemáticos de aquel país. Larry todavía agradece que Bruce Springsteen se ofreciera como consejero: “Cuando llegaba el momento de tomar decisiones sobre la medida del local donde debíamos tocar, acudíamos a él para que nos diera consejo, y siempre fue muy generoso. Había recorrido toda América con bastante estilo y clase. Y aunque musicalmente provenía de una tradición absolutamente diferente a la nuestra, había conexión a nivel espiritual. Lo que hacía en directo era lo que nosotros aspirábamos a hacer. Aprendimos mucho de él”.
Debieron enfrentarse con la identificación sentimental de tantos irlandeses-americanos con el IRA. Bono se sentía atormentado por el caso de Bobby Sands, “que hacía huelga de hambre en Irlanda del Norte, se estaba muriendo. La gente coreaba su nombre mientras estábamos en el escenario y gritaban consignas a favor del IRA, que, en aquel momento, despertaba simpatías. Yo no podía evitar admirar el valor de Sands y comprendíamos la reacción de la gente que se armaba para defenderse, aunque pensáramos que no era la mejor solución. Estaba claro que el movimiento republicano se estaba convirtiendo en un monstruo para vencer a otra monstruosidad. Así que recurrimos a la bandera tricolor de Irlanda. Cuando salíamos al escenario, doblaba las franjas verde y naranja y me quedaba únicamente con la blanca, la del centro. La bandera nacional se convertía así en una bandera blanca. Era una manifestación sencilla, pero en aquella época suponía una declaración de principios muy poderosa”.
U2 se implicó tanto en las contiendas ideológicas de Estados Unidos que Bono tuvo que afrontar el odio puro. Ocurrió durante la gira de The Joshua tree, cuando el cuarteto respaldó la declaración del Día de Martin Luther King como fiesta nacional: “Me habían amenazado de muerte y el FBI se tomó muy en serio una de las amenazas. Venía de un racista que se sentía ofendido por nuestro trabajo, creía que nos estábamos metiendo en los asuntos de otra gente y tomando partido a favor de los negros. Una noche me dijo el FBI: ‘Mira, es bastante serio. Dice que tiene una entrada, que va armado y que si cantas Pride (in the name of love) te disparará’. Así que dimos el concierto, con el FBI por allí y todo el mundo con los nervios a flor de piel. No sabías si podía estar en el edificio, entre las vigas, en el tejado. Durante Pride canté en la tercera estrofa lo de ‘mañana del 4 de abril, un disparo resuena en el cielo de Memphis’ y cerré los ojos. Y cuando volví a abrirlos, Adam se había puesto delante de mí”.
Bono se había transformado en una celebridad, con todas las prebendas: “Los Ángeles es una ciudad construida a partir de la imaginación de la gente. Lo que son Boeing y Microsoft para Seattle, la industria del cine y de la música lo son para Los Ángeles: si te has convertido en una estrella te tratan como si fueras un capitán de la industria. Los coches de policía se nos acercaban con cautela, con las sirenas luminosas en marcha, y nos decían a través del megáfono: ‘Nos encanta el disco nuevo’. Yo conducía un Chevrolet del 63 y una vez me paró la poli. ‘¿Tiene alguna identificación?’. Respondí que no. ‘¿Nada? Algo debe llevar’, insistieron. Así que saqué una foto que me había hecho con Bob Dylan. Me dijeron algo así como: ‘Muy bien, puedes marcharte, colega’. Era como si Bob fuera el alcalde. Bueno, para mí es mucho más: Goya y Shakespeare en una misma persona”.
Otros grupos se habrían conformado con una situación tan confortable. U2, sin embargo, intentó el triple salto mortal: revolucionar su imagen, romper las expectativas de su público, mantener el compromiso con sus ideales. También el mundo estaba cambiando: para grabar el disco de ruptura llegaron a Berlín Este en medio de la reunificación de Alemania, y era tal la confusión que se sumaron a una manifestación de gente muy seria (“¡estos alemanes no saben celebrar nada!”) que resultaron ser comunistas irreductibles. Se instalaron en lo que se conocía como Villa Breznev, y esa misma noche un Bono desnudo se topaba con la invasión de una familia alemana: eran los propietarios de la mansión, incautada por el régimen anterior.
En plena efervescencia, Bono decidió trabajar con la idea del álter ego. Primero fue The Fly (La Mosca): “Empecé a darme cuenta de que quizá el personaje chiflado podría decir cosas que yo no podía porque estaba limitado a ser Bono, un joven honesto. Era la idea shakespeariana del loco que había representado cuando era un adolescente”. Durante la gira de Achtung baby, Fly telefoneó desde el escenario y pidió 10.000 pizzas para el público (sólo llegaron 100) e intentaba infructuosamente hablar con el (primer) presidente Bush, en la Casa Blanca.
Tuvieron mejor suerte con el hombre que ocuparía su lugar, Bill Clinton. Coincidieron en un hotel de Chicago, donde Bono ocupaba la suite presidencial y Clinton debió conformarse con una habitación más modesta. La reunión fue inevitable. El cantante confiesa: “Mi habitación estaba completamente hecha polvo por una fiesta que se había desarrollado la noche anterior. El gobernador estuvo relajado, riéndose ante las botellas vacías, las cajas de pizzas y los ceniceros a rebosar. Yo llevaba todavía un traje de terciopelo completamente arrugado. Hablamos de muchas cosas, desde los problemas de Irlanda hasta el lugar que ocupa el saxo en el rock and roll. Es un tipo muy amable con la gente y tiene una enorme curiosidad por descubrir cómo hacer del mundo un lugar mejor. Una nueva clase de político había entrado en el escenario mundial, el primero parecido a nosotros, alguien que había crecido escuchando rock and roll. Auténtica fuerza intelectual, auténtico encanto, auténtico sentido del humor”.
Bono ponía en marcha su faceta de interlocutor con los poderosos. Sin renunciar a su look, se colaría en despachos, salones oficiales y reuniones en la cumbre. Fue aprendiendo las sutilezas de la diplomacia: En 1995 insultaba en televisión (“vaya un gilipollas”) al presidente Jacques Chirac por las pruebas nucleares francesas. Años después buscaba complicidades con el (segundo) presidente Bush: “Hice una sesión de fotos con él que levantó críticas en algunos ámbitos, y algunas de las personas que me criticaron estaban en mi grupo. En la fotografía puse cara seria, pero hice el símbolo de la paz cuando pasábamos junto a los medios de comunicación y entonces Bush susurró: ‘Ahí va una portada para alguna revista: la estrella del rock irlandés y el tejano tóxico’. Bush es un tipo divertido. Tenía que arriesgarme a entrevistarme con él porque yo no quería estar en el anuncio del Desafío del Milenio a menos que se comprometieran a emprender una iniciativa histórica respecto al sida. Y pasaron la prueba. Durante el discurso del Estado de la nación, en mayo de 2003, anunció la donación al extranjero de 15.000 millones de dólares en tres años para luchar contra el sida”.
En ocasiones, U2 comprobó la insensibilidad del poder. En 1997, miembros de su equipo fueron literalmente atropellados por el servicio de seguridad de los hijos de Ernesto Zedillo, entonces presidente de México, que entraron en uno de sus conciertos por la cara. Para tapar el escándalo, Zedillo ofreció disculparse en persona. Cuando se presentaron estaban también sus tres hijos, con discos para firmar.
En Chile, parte de sus espectadores pitaron cuando sacaron al escenario a las madres de los desaparecidos. Bono supo relativizarlo: “Me encantó no estar tocando solamente para los fans que estaban de acuerdo con nosotros”.
La iniciativa más audaz de U2 se desarrolló durante la gira de Zoo TV: conectaban vía satélite con el Sarajevo sitiado y la música se interrumpía para que sus habitantes pidieran ayuda. Esa intrusión de la realidad resultaba demasiado brutal. El baterista del grupo llegó a argumentar que era factible pensar que estaban aprovechándose de una tragedia. A McGuiness, el manager, todavía le duele el show en el estadio de Wembley: “Cuando tres mujeres aparecieron en la pantalla y dijeron: ‘No sabemos lo que estamos haciendo aquí. Vosotros os lo estáis pasando bien. Nosotros no. ¿Qué vais a hacer por nosotros?’. Bono intentó responder, pero ellas siguieron: ‘Sabemos que no vais a hacer nada. Vais a volver a vuestro concierto de rock. Vais a olvidar incluso que existimos. Y todos nosotros vamos a morir’. Eso pasó justo a la mitad del concierto. Y el concierto, en realidad, no se recuperó”.
Hoy, el gran reto de U2 consiste en mantenerse como entidad musicalmente creativa, conservar credibilidad artística, a pesar del desgaste que supone la omnipresencia mediática de su vocalista en la faceta de agitador de conciencias. Sus compañeros conviven con el hecho de contar con un miembro hiperactivo e intentan paliarlo alejándole del estudio de grabación o prohibiéndole beber café. Bono tiene respuestas para todo: “A veces se me ocurre que no me metí en U2 para salvar al mundo. Me metí en U2 para salvarme a mí mismo. Me encuentro con gente por la calle que se me acerca como si fuera Mahatma Gandhi. Y cuando alguien dice: ‘Ave, hombre de la paz’, oigo a Larry riéndose por lo bajo: ‘Tienes suerte de que no se te haya arrodillado’. Siento furia dentro de mí, pero he adquirido buenos modales para disfrazarla”.