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Cuando la tecnología combina con el músculo

Diseñado para presentarse en “arenas”, el nuevo show de los irlandeses tiene un notable impacto visual y sonoro, pero sobre todo grandes ideas para ayudar a que todo ese despliegue sea más que puro derroche económico. Y la banda suena demoledora.

Por Eduardo Fabregat

Tras la absoluta locura visual y sonora del 360º Tour, la pregunta caía de madura: ¿Y ahora qué, U2? ¿Qué hacer después de The Claw, ese fenomenal dispositivo que incluía una pantalla desplegable y que llevaba a otro escalón el concepto de shows para grandes estadios? ¿Seguir en la carrera armamentista de a ver quién tiene el escenario más grande? ¿Tocar bajo el agua, montar un show en la Estación Espacial?

No, U2 hizo otra cosa: recordar que por sobre todo está la música. Las grandes puestas del Vertigo Tour, del 360º, hasta del ZOO TV que hoy parece un simple Rasti, no hubieran tenido ningún sentido sin la narrativa de las canciones. Y a eso apuntaron la banda y Willie Williams, el mago detrás de los diseños de escenario de U2, The Rolling Stones, REM, David Bowie y siguen las firmas. Esta vez no iban a girar por grandes estadios sino por “arenas”, estadios cerrados para unas 20 mil personas (lo que, en términos irlandeses, puede entenderse como “intimista”). Consciente de los excesos del último tour, Bono señaló en las primeras reuniones que después de semejante despliegue deberían tocar bajo una única lamparita. Así empezó el iNNOCENCE + eXPERIENCE Tour que hasta ahora recorrió Norteamérica y Europa, y que acaba de llegar a la Argentina, ya que no en vivo, en formato de DVD doble: el registro de su show del 7 de diciembre de 2015 en el AccorHotels Arena de París más un disco de material extra, con el chiste de una tapa que revisita la banana pelable de The Velvet Underground + Nico.

Por supuesto, todo terminó siendo bastante más que U2 bajo una lamparita. Pero después de tanta parafernalia, Bono, The Edge, Larry Mullen Jr. y Adam Clayton parecen haber encontrado la síntesis justa entre el gran espectáculo y la sustancia de las canciones, una manera de utilizar la tecnología y el gran desarrollo sonoro y lumínico como herramientas de una narrativa musical que impacta, emociona y transmite poesía. Por añadidura, el show parisino no fue uno más. La banda iba a presentarse los días 14 y 15 de noviembre, pero los atentados que dejaron 137 muertos y 415 heridos el viernes 13 obligaron a la suspensión. Los cuatro shows a fines de noviembre en Dublin iban a ser la última parada de esa parte de la gira, pero la reprogramación llevó a que todo terminara el 6 y 7 de diciembre. Por eso, el ingreso de Bono con el puño en alto y “People Have The Power” como intro, antes de hacer rugir a la multitud con el coro a capella de “The Miracle (Of Joey Ramone)” tiene una carga especial, es el preludio de un concierto lleno de símbolos.

Los símbolos son externos (la especial emoción que se advierte en los rostros de los asistentes, las alusiones del cantante a la tragedia), pero también internos. En el comienzo del show, los cuatro están bien juntos en un extremo del escenario, bajo la famosa lamparita, recordando y recordándose que ante todo son una banda que sabe rockear. El tributo al Ramone que abre también su disco Songs Of Innocence se encadena con “Vertigo” y “I Will Follow”, canciones que hacen lucir un sonido poderoso, descarnado, sin afeites. Sí, los muchachos tienen un aparataje de la hostia, pero la pared que construyen Clayton y Mullen está hecha con tracción a sangre. Edge es un tipo con quinientos pedales, pero la magia que transmiten sus dedos, su infinito buen gusto armónico y melódico, no son un preset ni se pueden comprar en las casas del ramo. Y Bono, siempre Bono, que a veces se pasa de rosca con sus parlamentos y correcciones políticas, es ante todo un animal de escenario que multiplica la arenga, y cuya voz transmite una vibra que es mucho más que un tipo tirando estrofas y estribillos. Hasta se le perdona ese rubio discutible, y la cosa tribunera de hacer subir a un pibe en “City Of Blinding Lights” y regalarle su saco y sus gafas: hay una intención dramática en su labor de escenario que a veces puede parecer excesiva, pero que lo convierte en el showman ideal para una banda que convence por todos lados.

Porque, una vez que U2 hace esa declaración de principios rockeros, se activa el resto del escenario. Un escenario que lo abarca todo: con los cuatro costados ocupados por el público, este iNNOCENCE + eXPERIENCE consta de dos tablados en los extremos y una larga pasarela que los músicos recorren y utilizan una y otra vez. La enorme estructura que cuelga sobre esa pasarela empieza a revelar su potencial con “Iris (Hold Me Close)”, otra de las canciones del disco más reciente. Al principio son solo imágenes de la madre de Bono, pero la auténtica exploración de las raíces de la banda estalla con “Cedarwood Road”: la callecita de Dublín donde crecieron los pibes se recrea en una animación que ocupa la gigantesca doble pantalla y eso ya sería un efecto apreciable, pero además en un momento el cantante sube una escalera y aparece en el pasillo entre ambas pantallas. “A heart that is broken / is a heart that is open” (“Un corazón que está roto es un corazón que está abierto”), se desgarra Bono, no solo recordando el barrio de su infancia sino caminándolo, integrado a la escenografía, ya no reflejado en una imagen sino dentro de ella.

Allí empieza a quedar claro por qué esta puesta, menos magnificente que la del 360º, puede entenderse como superadora. Por qué el título de “Inocencia + Experiencia” no es caprichoso, sino que apunta a la idea de unir las puntas de la historia de una banda que nació con los mismos sueños que cualquier grupo de pibes que cuenta cuatro en una habitación, y terminó en el Olimpo de la historia del rock. “Entonces, aquí estoy, un pibe de 18 años buscando la canción perfecta para la chica perfecta, solo para al final descubrir que ella no está interesada en la perfección”, comenta Bono antes de “Song For Someone”, y antes de una canción que, curiosamente, tuvo la casi perfección necesaria para proyectarlos al mundo: cuando Larry se cuelga un tambor y encabeza la procesión del cuarteto por la pasarela que le da curso a “Sunday Bloody Sunday”, el estadio se viene abajo.

Al cabo, toda la banda terminará tocando dentro de la pantalla (y hay un momento de pura magia cuando Bono, enfocado en la pasarela, parece sostener en su mano a un Edge en miniatura que está tocando arriba), produciendo un efecto soberbio de interacción entre el músculo y la tecnología. Resulta ejemplificador el pasaje en que The Edge, que podría disparar las secuencias que quisiera y tocar sobre ello, en “Raised By Wolves” toca piano y guitarra a la vez. La tecnología es un soporte esencial del U2 siglo XXI, pero los pibes quieren seguir tocando, sentir que eso que sale de los parlantes tiene conexión directa con el nervio interior.

Del resto, no podía ser de otro modo, se encarga un catálogo de canciones formidable. El segmento Achtung Baby, que rescata aquellas frases en pantalla del ZOO TV, tiene la contundencia de “The Fly”, la invitación al baile de “Even Better Than The Real Thing” (con los cuatro dentro de la pantalla, revelados en explosiones de color) y “Mysterious Ways”, donde Bono invita a una señorita a bailar bajo una bola de espejos. Hay alusiones al pasado más lejano como “October”, “Pride (In The Name Of Love)” y “Bad”, demoledoras versiones de The Joshua Tree contenidas en “With Or Without You”, “Bullet The Blue Sky” y la apoteósica “Where The Streets Have No Name”; “Elevation” con una variopinta selección de integrantes del público arengando en la pasarela, un cover de Paul Simon con alusiones a la lucha contra el HIV (“Mother & Child Reunion”), el inevitable final sentido con “One” y una especial participación final: en un giro inesperado, los que cierran la noche son los Eagles of Death Metal, la banda que tocaba en el teatro Bataclan cuando se desató un infierno de balas, que hace “People Have The Power” junto a U2 y da la despedida en soledad con “I Love You All The Time”.

Al cabo de 30 canciones, dos horas y algo de música e imagen, es inevitable que crezca el deseo de que esta gira pase por la Argentina. U2 ha sabido sorprender e impactar aquí con shows de todo calibre, pero iNNOCENCE + eXPERIENCE tiene sin dudas un encanto nuevo, el atractivo de un concierto donde no hay solo alarde de gran producción sino un sentido integral logrado como pocas veces. Salir de adentro de un limón gigante tenía gracia, pero no dejaba de ser un gran chiste; lo que ocurre aquí tiene una cohesión, una intención argumental, que abre otra puerta. Y al mismo tiempo, son cuatro tipos tocando de memoria, pero como si fuera la primera vez. Con inocencia. Con experiencia.

Fuente: Pagina12.com.ar